a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

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miércoles, 21 de mayo de 2014

epílogo


¿Porqué el cuadro de Pelliza da Volpedo en la cabecera del blog? porque no podía ser otro, representa demasiado para mí. Cuando era un adolescente descubrí esta pintura en los libros de Historia, era un recurso gráfico recurrente a la hora de abordar el movimiento obrero como consecuencia del surgimiento del capitalismo industrial en el siglo XIX. Cuando la observaba no resultaba para mí una imagen extraña, el hombre que comanda al grupo, serio y decidido , lleno de dignidad, parecía mi abuelo, vestía como él y tenía ese gesto y esa actitud (aunque mi abuelo no tenía barba). A la izquierda aparecía un joven con una chaqueta al hombro, ese era mi padre hace muchas décadas, cuando él y mi abuelo eran jornaleros en las tierras de Extremadura. Este blog ha sido un homenaje a ellos, por eso también ese título, ALZADO DEL SUELO, el título en castellano de la durísima novela de José Saramago sobre los jornaleros del Alentejo portugués.
Hambre, fatiga, humillación y frente a tanto escarnio y sufrimiento, dignidad y resistencia. Eso dice este cuadro, pero dice más cosas: esos hombres sencillos avanzan hacia el futuro, hacia un mundo mejor para los suyos. Mi abuelo apenas pudo disfrutar de ese nuevo mundo, mi padre podría haber disfrutado más de él pero la amargura por el tiempo que le quitaron y por la expectativas frustradas le aguaron la vejez. Ahora veo con claridad que el futuro hacia el que ellos avanzaban era yo y mis hermanos, yo los miro desde el futuro en el cuadro. Yo he sido todo lo que ellos podrían haber sido y no les dejaron ser: logré un acceso a la cultura y una vida digna. Recuerdo que una de las pocas veces que vi llorar a mi padre fue cuando llegué a casa con la noticia de haber aprobado las oposiciones de secundaria. Se echó a llorar como un niño en el pequeño comedor de su casa de protección oficial. Él, que con ocho años trabajaba de sol a sol, que apenas pudo ir a la escuela y era casi semianalfabeto, tenía un hijo profesor. Fue su gran victoria y yo tengo la obligación de responder al esfuerzo que hizo durante toda su vida para que se abriera una luz al final del túnel, aunque fuera en la vida de sus hijos y no de la suya. 
Hoy dispongo de un arma muy afilada que uso todos los días con una intención principal: honrar el recuerdo y la memoria de los humildes, de los nadies que lucharon y luchan por un mundo mejor; honrar la memoria de esos hombres de otra pasta que no se vendían por dinero aún no teniendo ni donde caerse muertos. Soy educador y entiendo que mi labor más sagrada en mi trabajo es esa, recordar a mis alumnos la injusticia social, la desigualdad y utilizar esa arma en defensa de un mundo más justo,  y hacerlo con criterio, sin dogmatismos, con rigor y sentido crítico, como me enseñó mi padre casi analfabeto. Siempre que haga eso sabré que estoy haciendo lo que debo y honrando a los mios.
Yo enseño en un centro pequeño de la Extremadura rural. Los bisabuelos y abuelos de muchos de mis alumnos fueron jornaleros, pastores, descorchadores o piconeros. No pocos tienen en sus familias historias trágicas de cárceles, mujeres rapadas y fusilamientos. Intento generar en ellos un poquito de conciencia social. Consigo poco, pero con algo me conformo. En ocasiones ésta ya existe, esta agazapada, dormida, solo hay que despertarla. Basta con que no se avergüencen de los suyos, que se enorgullezcan de su pasado, construido sobre unos dignos cimientos de sufrimiento y sudor. Si los hijos de los poderosos se sienten con frecuencia orgullosos de su origen, enarbolan sus títulos, sus logros y sus victorias, basadas en la opresión de los desvalidos y una abyecta ambición,  ¿porqué nosotros no nos vamos a sentir henchidos cuando recordamos a nuestra gente? ¿porqué?.
En el Libro de los abrazos Eduardo Galeano cuenta la historia de un obrero anarquista en la posguerra española. Recién salido de la cárcel, sin trabajo y con una mujer beata que hacía recitar a su hijo continuamente el catecismo. Ese niño no entendía la razón por la que su padre era un terrible pecador, un ateo condenado al infierno y preguntó a su padre: "Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?" a lo que respondió su padre: "Tonto, al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles".
A ESOS ALBAÑILES HA ESTADO DEDICADO ESTE BLOG. Y digo ha estado dedicado porque ya no continuará tal y como lo conocemos desde hace más de cuatro años; morir no morirá, es como un hijo, pero ralentizará mucho su ritmo vital. Contaré algunas cosas muy de vez en cuando, una o dos veces al año, no sé. Entrará en hibernación, quizás vuelvan tiempos en los que tenga nuevas cosas que decir, quizás no. Mientras tanto, me alejo de este mundo de internet, no tengo ganas de que me tiranice y, además, creo que ya he dicho demasiado, creo sinceramente que empiezo peligrosamente a repetirme. Son 150 entradas en las que de una forma o de otra he exprimido al máximo todas las ganas que tenía de comunicar. Me retiro virtualmente a mis montañas; no puedo hacerlo en realidad, pero lo haré en la red: el único  de mis blog que funcionará como siempre será el que se ocupa de mi querida Sierra de Gata. Este retiro es simbólico: cada vez me aburre y me cansa más la realidad, me gustaría aislarme en mis montañas pero no puedo, por eso por lo menos lo haré virtualmente. Salud.

martes, 22 de enero de 2013

fraude y corrupción


Lo de Bárcenas es la gota que colma el vaso. Nuestra joven democracia vive atenazada por la especulación, el fraude y la corrupción.
Una reflexión simplista podría argumentar que somos un pueblo honrado gobernado por una clase política corrupta pero eso no es cierto: ni todos los políticos son corruptos ni el "pobre" pueblo español es un dechado de virtudes. En este país el fraude y la corrupción son comportamientos asumidos con normalidad y forman parte de la vida cotidiana de la mayoría. De hecho, el fraude y la corrupción de baja intensidad se consideran opciones legítimas y son totalmente habituales. En España cada uno roba lo que puede: dirigentes y alta burguesía roban millones, las clases medias profesionales y los pequeños negocios defraudan de acuerdo con sus posibilidades y los de abajo rebañan y escarban en las migajas. El fraude y la corrupción son una cultura y la mayoría de los que los practican ni siquiera son conscientes de lo que su comportamiento supone.
Frente a las sociedades maduras del norte de Europa, España y otros países del sur no han logrado que una parte importante de sus ciudadanos asuma el valor de lo público como un patrimonio común de incalculable valor que merece respeto y consideración, tampoco han logrado que la población (desde los de arriba a los de abajo) asuman la importancia de los impuestos y la redistribución fiscal como el principal arma en defensa de la igualdad y la justicia social. Es mentira que en este país se paguen muchos impuestos pero es cierto que muchos tratan de hacer lo imposible por no pagarlos.
El comportamiento incívico que defrauda y roba es algo cotidiano y habitual: entre los grandes financieros y alta burguesía los hay que exilian millones a paraísos fiscales, sobornan a políticos y engañan al fisco; entre los autónomos y pequeños empresarios no es raro encontrar algunos que oficialmente cobran menos que sus propios empleados y es fácil que muchos de sus hijos tengan becas propias del hijo de un indigente; tampoco es extraño encontrar casos, demasiado frecuentes, en los que se engaña y se falsea para lograr todo tipo de subvenciones y subsidios, desde el que logra el doble de ayudas agrarias comunitarias de las que merece al que consigue un piso de protección oficial sin responder en realidad a los requisitos exigidos. Si somos capaces de falsear datos fiscales o de empadronamiento para poder meter a nuestro niño en el colegio de nuestros sueños, imaginen que somos capaces de hacer por dinero. Hasta muchos funcionarios, totalmente controlados a través de sus nóminas, se las apañan para arramblar  con lo que pueden; las posibilidades que se abren no son escasas, desde fotocopiar gratis en el trabajo las obras completas de Dickens a ahorrarte una asistente que lleve y traiga a los crios al cole saltándote por muy diversos procedimientos el horario de trabajo.
En este contexto, cada caso destapado de corrupción política de un gobernante tiene especial gravedad, ya que se convierte en un acto que justifica la corrupción de sus gobernados; en otras palabras, los ciudadanos se sienten legitimados para defraudar o corromper porque quienes debían ser ejemplo de virtud son los primeros en hacerlo.
De todos modos, lo que hasta aquí hemos reflexionado tiene una raíz histórica. Que en este país seamos así no es consecuencia de nuestra propensión genética al fraude y la mentira, es consecuencia de una larga experiencia histórica. En los últimos doscientos años en este país el Estado ha estado bajo control de una oligarquía financiera y terrateniente que creó una compleja estructura caciquil que permitió a las clases altas utilizar el gobierno para robar sin ocultarse, sin pudor alguno; el Estado era su cortijo. Por su parte, los sectores humildes, privados de derechos sociales y políticos, nunca vieron a ese Estado como algo suyo, sino como un opresor que los ahogaba fiscalmente y no les ofrecía servicios ni contrapartidas dignas. La mayoría social, privada de capacidad de decisión, permaneció al margen del juego político y nunca se identificó con estados no democráticos o dictatoriales. 
Aunque hoy estamos en una democracia, las antiguas costumbres arraigadas permanecen: los ricos siguen haciendo lo que siempre hicieron y los pobres no son capaces de asumir que ese Estado que siempre fue su enemigo, hoy también es suyo y deben defenderlo. HOY SÍ MERECE LA PENA LUCHAR POR UN ESTADO QUE ES PROTECTOR, POR UN ESTADO DEL BIENESTAR ACEPTABLEMENTE JUSTO QUE TANTO NOS COSTÓ CONSEGUIR Y QUE DEBEMOS DEFENDER CON AHÍNCO; PARA ELLO TENDRÍAMOS QUE EMPEZAR POR SER LO MÁS HONRADOS POSIBLE CON ÉL. Solo así, defendiéndolo pero también respetándolo, lograremos su supervivencia.

viernes, 30 de noviembre de 2012

los hijos de los pobres


Los hijos de los pobres son más tontos, más inútiles, su fracaso escolar es mucho mayor, su interés y motivación escasa. Muchos, aunque quieran, no valen.
Los hijos de los pobres tiene padres gañanes, haraganes, indolentes, conformistas, incapaces de valorar la cultura.
A los hijos de los pobres la altiva clase media los mira con desdeño y algo de asqueo.
Los hijos de los pobres solo sirven para poner ladrillos, limpiar la casa de otro o recoger peras, como sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos.
De los hijos de los pobres no debemos fiarnos, ni siquiera de los hijos de los pobres que han conseguido dejar de serlo. Más de uno está resentido y no perdona.
Yo mismo soy hijo de un pobre y se nota. Ni para profesor valgo. No enseño lo necesario, lo importante: no enseño a ser productivo, eficaz, competitivo porque yo mismo tampoco lo soy. Soy un profesor cansado que se dedica a la estéril tarea de transmitir como puede un puñado de valores que ya no valen para nada y que en un futuro muy próximo no serán más que un lastre, un enseñante que prefiere seguir batallando en un centro perdido lleno de nietos e hijos de pobres a terminar en un instituto de un pulcro barrio urbano de clase media sin un papel en el suelo pero mucha basura en el alma. Pero  ¿qué se puede esperar del hijo de un pobre?, del hijo de uno de esos niños descalzos a los que Alberti dedicó en los años treinta aquel bellísimo poema que dice así:

LOS NIÑOS DE EXTREMADURA
VAN DESCALZOS.
¿QUIÉN LES ROBÓ LOS ZAPATOS?
LES HIERE EL CALOR Y EL FRÍO.
¿QUIÉN LES ROMPIÓ LOS VESTIDOS?
LA LLUVIA
LES MOJA EL SUEÑO Y LA CAMA.
¿QUIÉN LES DERRIBÓ LA CASA?
NO SABEN
LOS NOMBRES DE LAS ESTRELLAS.
¿QUIÉN LES CERRÓ LAS ESCUELAS?
LOS NIÑOS DE EXTREMADURA
SON SERIOS
¿QUIÉN FUE EL LADRÓN DE SUS JUEGOS?

Las preguntas son retóricas. Cualquiera que sepa de historia sabe quiénes fueron, sabe sin dudarlo la respuesta a las preguntas de Alberti: fueron los abuelos y bisabuelos de los que hoy con la escusa de la crisis pretenden dejar otra vez a los hijos de los pobres sin zapatos, sin vestidos, sin casa y sin escuela.

martes, 13 de noviembre de 2012

solo, lloviendo y en el bosque


El modelo ideal de vida con el que nos bombardea la sociedad capitalista-consumista es el del centro comercial: una imagen de una persona sonriente y exitosa, cuya felicidad se fundamenta en el consumo, en un contexto físico artificial y muy acompañada, continuamente rodeada de muchos otros individuos de su especie. Esta sociedad niega lo sucio, lo feo, niega la tristeza, el sufrimiento, el fracaso, minusvalora el sacrificio y la resistencia. Y también niega la soledad. Si una persona está sola es una fracasada y si una persona busca la soledad como una opción, aunque sea momentánea, la cuestionan y la juzgan. Y la soledad, cuando es deseada y no obligada, es saludable, higieniza, permite encontrarse con uno mismo y descansar de todo y de todos y, por supuesto, también permite a los demás descansar de uno.
Esta foto la hice hace un par de sábados. Pasé buena parte del día solo, en el monte, bajo una llovizna fina que resultaba acogedora ante la ausencia casi absoluta de viento. Cuando hice la instantánea con mi vieja cámara estaba sentado entre castaños jóvenes que crecen dentro de un bosque de pinos. Las hojas de los árboles frenaban la llovizna y la reconvertían en gruesos goterones que bombardeaban la superficie. Aposentado en el suelo mojado pasé más de una hora, solo, lloviendo, en el bosque. Primero pensando, luego poco a poco me fui relajando hasta que, sentando como un buda, me dormí.
Pensé en muchas cosas. Me acordé de mi padre, pensé en la soledad, pensé en que la huelga va a fracasar (demasiada gente que no puede o tiene miedo), pensé en lo difícil que es enseñar valores en una sociedad a la deriva, pensé en que pronto comenzaba el plazo del concurso de traslados y yo odio los papeles, pensé en lo ricos que estaban los churros que me comí a primera hora de la mañana en el cercano Hoyos, pero, sobre todo, estuve un buen rato dándole vueltas a dos cuestiones:
La primera es que el ser humano es de forma natural reaccionario y conservador. Si no intervienen otros factores que atenúen su instinto, los hombres tienden a guiarse por las vísceras y no por el corazón y, menos todavía, por la razón. Como especie, nos consolamos siendo caritativos, pero en nosotros anidan sentimientos viscerales: las patrias, el miedo y el rechazo al otro, los prejuicios más burdos, el egoísmo. Y a estos sentimientos apela la derecha ideológica, por eso goza de excelente salud y de un prometedor futuro en un mundo convulso.
La segunda idea, en relación con lo que he dicho antes, se refiere a la caridad, que no me gusta. Unos días antes mi madre me contaba admirada que un señor mi rico había donado veinte millones de euros a  Cáritas. Me informé, el señor en cuestión era Amancio Ortega, dueño de Zara. Su caridad paliará el sufrimiento de miles de personas un tiempo pero no solucionará nada. Si a este señor le hubieran subido los impuestos y le hubieran obligado a pagar esos millones como una imposición justa por su desmesurada riqueza, hubiera estallado presa de la cólera. Sin embargo, no tiene ningún reparo en donarlos gentilmente en prueba de su ilimitada bondad. En el primer caso esos veinte millones no serían suyos, serían de la sociedad que se los exige en concepto de contribución obligada a la colectividad. En el segundo caso, esa cantidad es suya y solo suya, pero él, digno ciudadano de bien comprometido donde los haya, sensible ante el sufrimiento, muestra su caridad ofreciéndolos a los pobres desvalidos. Los pobres siempre han sido útiles, y ahora más que nunca.
Cuando justicia social retrocede avanza la caridad. Pero no nos equivoquemos, la caridad no como forma de paliar las consecuencias del deterioro de la justicia social, sino como una verdadera alternativa ideológica a ella. Los que tienen están hartos de impuestos redistributivos, hartos de servicios universales, hartos de igualdad de oportunidades, y quieren segregar, colocar a cada uno en su sitio, ofreciendo, en su magnanimidad, caridad, CARIDAD CON MAYÚSCULAS.
Y en eso pensaba..... cuando me dormí entre castaños y pinos, solo, lloviendo y en el bosque.

martes, 23 de octubre de 2012

como a cabras


Para olvidar un poco la crisis y la iniquidad de los malvados que nos gobiernan, nada como una inmersión en el mundo rural. Paz, sosiego, tranquilidad.
El sábado andaba yo por la Sierra de Gata, mi segunda casa. Estuve dando un corto paseo en busca de castañas y luego me senté sobre un muro de piedra para dar buena cuenta de ellas. Las castañas no me apasionan pero disfruto pelándolas con mi navajilla mientras observo el paisaje y me acaricia el suave sol de otoño. En esto que apareció un viejo pastor con su pequeño rebaño de cabras: ¡iiiipa! ¡iiiiiipa!, briiiiiii, briiiiii. Hasta aquí una tarde muy bucólica. Nos saludamos y rebaño y pastor siguieron camino abajo.
Un rato después abandoné mi aposento y busqué una nueva ubicación que continuara calentada por el sol que iba retrocediendo inexorablemente. Poco después volví a escuchar a cierta distancia al rebaño, que se movía entre higueras, parras y olivos en una zona de huertos. Quizás el pastor no sabía de mi presencia o tal vez le importaba un pimiento, lo cierto es que resultó curiosa la escena de la que disfruté a continuación: el pastor luchaba cabreado contra las obstinadas cabras, indisciplinadas en su busca obsesiva de alimento. He visto muchos cabreros peleándose con sus animales, pero este se llevaba la palma, las amenazaba con su palo o les tiraba alguna piedra mientras les lanzaba continuamente improperios que fuera de contexto hubieran resultado desproporcionados y dotaban a la escena de un sesgo casi esperpéntico propio de un programa de humor (reproduzco literalmente): "cago en dios, si te cojo te mato", "biiiichas, dejad de jartaos de higos", "que te, que te, que te....", "la madre que os parió", "la puta de la cabra, siempre la misma", "so puta, te muelo a palos", "esta tarde, me cago en dios, os macho la cabeza", "asquerosa, como te coja te machaco".
Me reía viendo la escena a distancia mientras pensaba que hoy nosotros somos como esas cabras. Solo queremos comer y si nos salimos del camino trillado, si desobedecemos, cae sobre nosotros la amenaza, el insulto y, si es necesario, el palo.

domingo, 3 de junio de 2012

los últimos mineros


Aunque no seamos conscientes, estamos ante un nuevo modo de producción y nuevas formas de conflictividad. La antigua clase obrera industrial está en proceso de transformación y decadencia y surgen nuevas relaciones laborales que han complicado esa oposición tradicional obreros-patronos.
Los mineros (asturianos, leoneses, palentinos, onubenes, turolenses, vascos) fueron durante el pasado siglo la vanguardia de esa "famélica legión" de la que hablaba la Internacional. En España los mineros fueron un pilar fundamental de la fortaleza del movimiento obrero desde finales del siglo XIX, pero hoy, después de reconversiones y cierres, solo unos miles luchan todavía por evitar que sus pozos se clausuren. El sector es en la actualidad menos competitivo que nunca y no puede sostenerse por sí mismo.
Los últimos miles de mineros y sus reivindicaciones son el símbolo del ocaso de la antigua clase obrera y las formas de conflictividad tradicional. Aunque desfasados y acabados por no rentables, en su tiempo desempeñaron un papel esencial en la consecución de logros fundamentales en el campo político y laboral: en la crisis de 1917, durante los años de gran tensión de la II República y en las décadas de hierro del franquismo.
He escuchado a algunos asturianos criticar sus supuestos "privilegios", pero yo no los entiendo como tal, sino como derechos que lograron con su organización y tesón.


Estos últimos mineros protestaban hace unos días por las calles de la misma ciudad por las que hace unas semanas gritaban los indignados. Viejas y nuevas formas de lucha coinciden antes de que las primeras desaparezcan y las segundas se impongan: frente a los mineros, organizados e ideologizados, los "indignados", sin objetivos claros, desideologizados, superficiales. Dudo que los de los globitos de colores, los del grito mudo puedan en las próximas décadas conservar ni la décima parte de las conquistas que los obreros lograron con los mineros a la cabeza.
Que las formas de lucha cambien, no significa que lo han a mejor y que las nuevas resistencias sean más efectivas que las antiguas. De todos modos, tiempo habrá para comprobarlo.
A lo largo de la historia los poderosos solo han cedido en un contexto amenazador, solo han cedido cuando han tenido miedo y ha visto en peligro sus privilegios ante la presencia de una verdadera alternativa. Hoy los viejos mineros que protestan en las calles madrileñas son un puñado de fantasmas venidos de otro tiempo y no parece haber nada que quite el sueño a especuladores, banqueros y empresarios sin escrúpulos. Estoy seguro que cuando estos últimos ven por televisión las acampadas y protestas "infantiles" de los indignados se escribe en su cara una sonrisa mezclada con un gesto de desprecio.

sábado, 7 de abril de 2012

el dolor no es democrático

"El dolor se ceba con los débiles. Los ataca porque no están bien nutridos o abrigados o preparados. Y cuando enferman, también les trata peor porque no pueden acceder a un buen médico, a los medicamentos necesarios, al tiempo y las comodidades que requiere una persona enferma. En este sentido, el dolor no tiene nada de democrático".
Estas certeras palabras las leí hace muy poco en una entrevista periodística a una historiadora diferente, la neozelandesa Joanna Burke. Burke ha estudiado facetas del ser humano apenas analizadas en la Historia: el miedo, la violencia sobre la mujer o el dolor. De la lectura de su entrevista entresaqué esas palabras iniciales que creo merecen una reflexión.
Existe una estúpida frase que dice "el dinero no da la felicidad". Suelo relacionar esa frase simplista con la típica película donde aparece la clásica familia acomodada pero vacía, sin valores, donde los padres apenas ven a sus hijos ni se comunican con ellos, donde los progenitores no tienen tiempo para vivir ni valorar lo auténtico y esencial de la vida, con hijos malcriados y egoístas; a ese modelo se contrapone la familia pobre pero unida, que comparte lo poco que tiene y valora cada  buen momento de la vida, sus hijos son criados en una sana austeridad y son enseñados a luchar y salir adelante, es una familia que vive una vida pobre pero feliz.
Todo es una patraña embriagadora y conformista. Como dice Burke, la pobreza multiplica el dolor y el sufrimiento. Alcanzar lo que ella llama unas "condiciones normales", es decir, dignas y suficientes, permite al ser humano serenar su vida, disfrutarla y sentirla, así como multiplicar sus posibilidades de ser medianamente feliz. La pobreza hace al ser humano extremadamente vulnerable e incrementa su angustia, cubre su vida de niebla y frío. Su angustia es abrumadora ante la enfermedad, ante la falta de futuro, ante la explotación, ante la arbitrariedad de los poderosos.
Hoy, cuando la crisis hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres y a los que hasta hace poco creían haber salido de la caverna, solo cuantificamos la recesión en cifras: deuda, paro, tipos de interés, prima de riesgo, etc. Lo que ahora ha comenzado no acabará con la crisis, abrirá camino a una nueva era donde el estado de bienestar y los derechos laborales habrán dejado de ser una prioridad y con ello aumentará de forma brutal el dolor y el sufrimiento, ambos difíciles de medir. Pero es evidente: más pobreza, más precariedad, más vulnerabilidad, más desigualdad suponen necesariamente MÁS DOLOR Y MÁS ANGUSTIA. ¿Cuántas veces sonreirá esa madre que no puede comprar ropa a sus hijos?, ¿hasta dónde llegará la angustia del anciano que sabiendo que puede tener cáncer, tenga que esperar seis meses una prueba diagnóstica que lo asegure? ¿y cuánta amargura acumulará ese chaval sin beca que no pueda estudiar y tenga que ponerse a trabajar de lo que sea y por lo que sea para ayudar a su familia? ¿cómo será el sufrimiento de esa trabajadora recién operada que, todavía convaleciente y después de haberse arruinado pagando la operación, no podrá permitirse permanecer de baja todo el tiempo que la ocasión lo requiere? ¿y que podemos decir de la desorientación y la rabia de esa embarazada recién despedida? ¿y de la vergüenza y la humillación que sufrirán las familias que tengan que limosnear la comida cada día?.
El futuro será sobre todo un futuro de dolor, angustia, desesperación y sufrimiento para un número creciente de seres humanos. A partir de ahora, cada día habrá más personas un poco más lejos de la felicidad. Mientras, gentes que nunca han sufrido hambre y penurias, que no conocen las palabras sufrimiento ni desesperanza, decidirán que es lo que nos conviene, siempre por nuestro bien y porque no hay más remedio.
Hoy, al menos de momento, tengo la inmensa suerte de estar entre los privilegiados que tiene una vida decente. Nunca aspiré a la riqueza, que considero indigna, pero si a las "condiciones de vida normales" que decía Burke. Mi padre me transmitió la importancia de luchar por una vida mejor, pero no solo para mí sino también para los demás. Él fue el vivo ejemplo de las secuelas de sufrimiento y amargura que deja la pobreza. No murió pobre, pero la sufrió con escarnio en su niñez y juventud. Pobreza acompañada, como muchas veces, de ignorancia y sobretrabajo explotador. Nunca entendió el porqué, nunca perdonó ni olvidó. La amargura se esbozó en su cara hasta el final. El sufrimiento y el dolor del pobre no son momentáneos, dejan secuelas de por vida.

miércoles, 5 de octubre de 2011

mendigos


Cáceres es una ciudad muy tranquila. Es una apacible ciudad provinciana sin grandes pretensiones. Es una urbe de funcionarios que alimentan una actividad comercial de segunda categoría que descansa en su capacidad de consumo, limitada pero estable. Aquí nunca ha habido grandes bolsas de pobreza y no existen apenas zonas marginales. Desde hace varios lustros, la mendicidad se reduce a la presencia de gitanos rumanos en la puerta de algún supermercado y al paso de algún mendigo errante que hacía un alto en el camino hacia ninguna parte. Y hablo de mendicidad, que no de pobreza; pobreza y precariedad siempre hubo, aunque dignificada por un estado protector en tiempos de bonanza.
Hace unos días decidí irme a leer al Parque del Príncipe. Al contrario que el parque junto al que vivo, cuenta con amplias zonas de sombra y un microclima cuya frescura se agradece en este comienzo caluroso del otoño. En los veinte minutos de trayecto pasé junto a cinco personas que mendigaban. Era algo a lo que no estaba acostumbrado desde que era un chaval, desde hacía veinte años. Sólo uno de ellos respondía a la imagen habitual de una gitana rumana practicando la mendicidad de forma rutinaria. El resto parecía gente "normal", dignamente vestida y con un gesto de contrariedad y desorientación en la cara. Era evidente que no eran mendigos profesionales ni población marginal abocada a la vida en la calle.
Si tomamos lo que digo como un indicador de algo, es probable que el aumento de la mendicidad esconda detrás un incremento dramático de la verdadera pobreza, la que no se ve, la que se oculta tras las paredes de la casas y corroe el alma de quien la sufre, provocando vergüenza y pudor, pero sobre todo desesperación y frustración. 
Y todo esto ocurre mientras el Estado del Bienestar sufre el mayor acoso de su historia. Los que pretenden destruirlo saben que será una labor de zapa lenta, pero no tienen prisa. Han empezado por cuestionar la mala gestión de la cosa pública, la necesidad de acabar con el despilfarro. La crisis económica es la excusa perfecta, pero estoy seguro de su objetivo final es dinamitar sus pilares y arrasarlo hasta sus cimientos.
 Hoy, mientras la izquierda trata de salvar los muebles y, presa de la desorientación, da palos de ciego, los sectores conservadores políticos y económicos se lanzan sobre una presa débil, quizás herida de muerte. Les escuchamos decir frases como estas: el verdadero Estado del Bienestar es crear empleo, la presión fiscal no puede ahogar a los "empleadores", el sistema de bienestar se ha basado en el despilfarro, el sector público solo gasta y no genera riqueza.
En estos momentos el capitalismo ya no tiene amenazas serias. Es como un animal adaptativo que se reproduce descontroladamente a falta de depredadores. Ya no hay ninguna obligación de pagar la sanidad, la educación o una costosa pensión digna a un montón de "muertos de hambre" cuya capacidad de consumo es muy limitada y, por lo tanto, son prescindibles, innecesarios para el sistema.
La clase media e incluso parte de la media-baja, mejor o peor, podrán pagarse unos servicios básicos suplementarios; mejor o peor podrán contratar un seguro sanitario, podrán pagar parte de la educación de sus hijos y se harán un plan de pensiones. De todos modos, contra ellos no hay nada, ellos consumen y ayudan a sostener el engranaje. Su situación se puede hacer más difícil, pero sobrevivirán. Pero, ¿y el resto? entre un 20 y un 30% en las sociedades desarrolladas (más porcentaje en otros países más pobres) generará más gastos que otra cosa. Son un inmenso lastre humano que ya resulta demasiado pesado.
Para las élites y los sectores conservadores un modelo de sanidad y educación pública de calidad, universal y gratuita es insostenible, pero es insostenible porque es injusta. Injusta porque no es razonable que las "gentes de bien" que trabajan duro para levantar el país tengan que mantener un costoso sistema educativo y sanitario que ellos apenas usan y que disfrutan por su cara bonita un montón de inútiles que deberían conformarse con migajas.
Hoy actuaciones contra la educación pública en Madrid y la sanidad pública en Cataluña, son la punta de lanza de un poderoso ejército neoconservador  que amenaza en  España y el Mundo con destruir la aportación a la igualdad social más grande que ha hecho el ser humano en toda su historia.
Cuando eso ocurra nuestras calles volverán a llenarse de mendigos, de niños pedigüeños que no irán a la escuela, de ancianos enfermos que no podrán pagarse sus medicamentos, volveré a ver una estampa típica de mi niñez en la ciudad de Cáceres: hace treinta años era normal ver ancianos sin pensión montados en carritos tirados por un viejo mulo en los que recogían cartones y chatarras. Pero las "gentes de bien" tampoco estarán conformes, esa parva de mendigos que todo lo inundará será especialmente molesta y su presencia afeará calles y plazas, aumentará la inseguridad y habrá que poner en marcha una nueva legislación contra vagos y maleantes.

sábado, 17 de septiembre de 2011

la cigarra y la hormiga


Ayer acababa de darme el último baño de la temporada en una piscina privada (pero no de mi propiedad) y estaba relajado junto al agua cuando escuché algunas risas, me dí la vuelta y alguien me enseñó un texto obsceno titulado "la hormiga y la cigarra. Versión española". Al parecer un amigo se lo había mandado por correo y le había gustado tanto que lo había impreso. Yo lo leí circunspecto y en algún momento esbozé una sonrisa, más de espanto que de otra cosa. Cuando llegué a casa busqué el texto y rápidamente encontré varias versiones. Elegí exactamente aquella que había leído solo unas horas antes.

Es difícil negar la existencia de una ultraderecha irreverente, altanera y provocadora en este país. Aquí también hay un Tea Party, aquí también lo lidera una mujer, aquí también su discurso es arrogante y agresivo. Iñaki Gabilondo lo llama el TINTORRO PARTY. Sus simpatizantes llevan más de un año enviándose correos como el que digo.

Voy a reproducir el texto tal y como lo recoge uno de los muchos blogs y webs que manejan las hordas del TINTORRO PARTY, concretamente un blog llamado "La pluma del estudiante" y que se define como un espacio creado con la finalidad de ser la voz de los sin-voz, para poder expresar y defender unos valores que desde los poderes políticos, mediáticos,... se intentan destruir, un lugar de defensa de la educación, la libertad, de la vida,...(la ultraderecha va hoy de víctima perseguida, llega a utilizar terminología similar al movimiento obrero hace 100 años, ¿verdad?).

Versión clásica:

La hormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante.
Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno.
La cigarra piensa que la hormiga es tonta y se pasa el verano haciendo turismo, bailando y de juerga.
Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene todo lo que le hace falta hasta la primavera.
La cigarra tiritando y sin comida, muere de frío.
-FIN-

Versiónespañola:

Lahormiga trabaja a brazo partido todo el verano bajo un calor aplastante.
Construye su casa y se aprovisiona de víveres para el invierno.
La cigarra piensa que la hormiga es tonta, y se pasa el verano haciendo turismo, bailando y de juerga.
Cuando llega el invierno, la hormiga se refugia en su casita donde tiene todo lo que le hace falta hasta la primavera.

Un dia,tiritando a la salida de un bar de copas, la cigarra organiza con la Sexta una rueda de prensa en la que se pregunta ¿por qué la hormiga tiene derecho a vivienda y comida cuando quiere, cuando ella tiene frío y hambre?

Cuatro, las cadenas de TV estatales y la cadena SER,organizan un programa en vivo, en el que la cigarra sale pasando frío y calamidades, y a la vez muestran extractos del video de la hormiga calentita en su casa y con comida en la mesa.

Los españoles se sorprenden de que en un país tan moderno como el suyo,dejen sufrir a la pobre cigarra, mientras que hay otros viven holgadamente. Las asociaciones contra la pobreza se manifiestan delantedela casa de la hormiga. TV1 transmite en directo la protesta.

Los periodistas de El Pais y El Periodico escriben una serie de artículos,en los que cuestionan cómo la hormiga se ha enriquecido a espaldas de la cigarra, e instan al Gobierno de Zapatero a que en solidaridad, aumente los impuestos de la hormiga.

Maria Teresa Fernandez de la Vega, muy implicada con los animales, especialmente con los chimpancés, hace una rueda de prensa desde su casa, en el mismo Zoo de la Casa de Campo.

Respondiendo a las encuestas de opinión, el Gobierno de Zapatero elabora una leysobrela igualdad económica, en la que califica a la hormiga como una rémora del franquismo, y promueve en el Congreso, una ley antidiscriminación,con carácter retroactivo contra las hormigas.

Ian Gibson publica su libro: " Las hormigas y el franquismo", que el Gobierno incluye en la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Los impuestos de la hormiga han sido aumentados, y además le llega una multa porque no contrató a la cigarra como ayudante en verano, y eso además se tipifica como que "produjo a la cigarra un maltrato psicológico".

Garzón embarga la casa de la hormiga, ya que ésta no tiene suficiente dinero para pagar la multa y los impuestos.

La hormiga se va de España.

'Está Pasando'de Tele 5, hace un reportaje donde sale la cigarra con sobrepeso, porque ya se ha comido casi todo lo que había en la casa delahormiga, mucho antes de que llegue la época.

La antigua casa de la hormiga se ha convertido ahora en un albergue social para cigarras,pero la casa se deteriora rápidamente, porque nadie hace nada para mantenerla en buen estado.

Al Gobierno se le reprochanoponer los medios necesarios, por lo que Rubalcaba y Garzón, ponen en marcha una comisión de investigación que costará 10 millones de euros.

Zerolo,los maricones y las bolleras, se manifiestan por Chueca en solidaridad con las cigarras homosexuales, lesbianas y transexuales.

Entretanto la cigarra muere de una sobredosis de cocaina.

La Cope y Telemadrid comentan el fracaso del Gobierno para intentar corregir el problema de las desigualdades sociales.

LaCadenaSER, EL PAIS, Iñaki Gabilondo y la tribu catalana del PSOE, (Carles Francino, Angels Barcelo y Gemma Nierga), dicen que la culpa detodoes de Aznar, Irak, Franco y la Falange.

La antigua casa de la hormiga, ha sido ya ocupada por una banda de arañas marroquíes inmigrantes,y el Gobierno de Zapatero se felicita en la TV, por la "pluralidad cultural de España, ejemplo del éxito de la "Alianza de Civilizaciones".

Y colorín colorado, otra vez nos la han colado.


¿Qué os parece?, sin palabras, ¿verdad?. Una historia zafia y rastrera impregnada de un profundo desprecio por valores esenciales. Se desprecia la lucha por la igualdad social, se mofan del sufrimiento que genera la pobreza. Las ayudas y servicios sociales son un gasto prescindible que solo sirve para mantener vagos. Se ríen de todo lo concerniente a la memoria histórica, para ellos los cadáveres que llevan decenios malenterrados como perros son solo animales, son cucarachas o cigarras, no personas. Se mofan además de inmigrantes y homosexuales. Ellos, que se definen como cristianos de verdad, querrán volver a tiempos de orden, tiempos en los que los pobres solo podían esperan caridad a cambio de sumisión, los desviados sexuales simplemente "no existían" y las hordas rojas eran mantenidas a raya.

Mi padre me enseñó que una sociedad es digna cuando aspira a la justicia social, sin justicia social (palabra en las antípodas de caridad) no hay libertad. Creo que esta sociedad va camino de la indignidad a gran velocidad. Cuando los que difunden esta fábula en versión española aumenten su influencia y su poder, y creo que falta muy poco, nuestra sociedad perderá la dignidad que le queda. Entonces sólo podremos hacer una cosa: no perderla nosotros.

sábado, 14 de mayo de 2011

la farsa de la multiculturalidad

Yo no estoy aquí para escribir lo que la gente quiere escuchar, y menos para repetir como un estúpido el discurso oficial. Por eso escribo estas palabras.
Estos días se celebra en Cáceres el Womad, festival de música del mundo que pretende servir para acercar culturas educando en la tolerancia y el mestizaje, ¡qué bonito!. Creo que consigue muy poco de lo que pretende y a su vez es clara muestra del fracaso en su objetivo último.
Hoy el Womad es solo un macrobotellón donde un montón de niñatos se emborrachan y porrean mientras alguien coloca un hilo musical gratuito cada vez de peor calidad, todo ello acompañado de un variopinto y exótico muestrario de neohippies, alternativos, perroflautas y neorurales. Y ahí queda todo. La multiculturalidad se reduce a lo exótico y a lo superficial: el folclore, los tambores, más tambores, y venga tambores. Lejos de calar en la sociedad, de impregnarla hasta lo más profundo, el primigenio espíritu del Womad es cada vez más hueco y ha sido reinterpretado para convertirlo en nada.
Hoy la ultraderecha racista se adueña de la vieja europa, el discurso xenófobo cala en amplios sectores conservadores y la izquierda se niega a aceptar el problema inmigratorio y de integración repitiendo continuamente que no existe. Hoy el discurso visceral de la derecha más reaccionaria, que apela a las tripas y nunca a la conciencia y la razón, está logrando abducir a las masas populares, a los sectores más humildes de la sociedad. Esas gentes sencillas son las que compiten con los inmigrantes en todos los campos; compiten y conviven con ellos. Son las personas con menos capacidades las que "sufren" las consecuencias más negativas del incontenible proceso inmigratorio. Es muy fácil para un culto y educado miembro de la clase media decir que él no racista y mostrarse tolerante y "womanero": su vecino de al lado no es marroquí y su hijo no estudia en un centro público donde el 50% de la población es inmigrante y pobre, su hijo mayor no compite con los inmigrantes por el mismo tipo de trabajo basura y nunca se sienta en la cola de un atestado centro de salud pública del extrarradio donde más de la mitad de los pacientes es inmigrante. Hace poco aparecía en la televisión una vieja mujer del sur de Italia cuyo rostro estaba comido por la pobreza y el duro trabajo y que respondía a la periodista ante las acusaciones de racista motivadas por los ataques sufridos por los campamentos de inmigrantes en la zona de Nápoles: "Esto no es racismo, yo no soy racista, esto es una lucha por los recursos, es una lucha por el pan entre pobres".
Mientras la izquierda ningunea el problema y se empeña en negar los evidentes problemas de integración que está generando la inevitable ola inmigratoria, la derecha logra fácilmente apoderarse de amplios segmentos electorales que nunca le pertenecieron. Sin duda, este tema es una de las causas, aunque no la única, del avance continuo de derecha y ultraderecha y de la conservadurización política de la vieja europa.
Un ejemplo de la estrategia conservadora está en la Comunidad de Madrid. Es sencilla y a la vez astuta: el deterioro de la sanidad pública en Madrid es palpable, la mengua de los recursos que a ella se dedican también; sin embargo, el gobierno regional conseguir convencer a usuarios españoles del sistema público (que son sólo pobres, obreros e inmigrantes) que el empeoramiento de la asistencia sanitaria es fruto del abuso de la creciente población inmigrante. El razonamiento es la hostia, no solo consigo que las clases populares no me cuestionen por mi ataque a la sanidad pública sino que logro su apoyo cada vez mayor al convencerlos de que sus vecinos inmigrantes son los culpables de todo y que yo soy el único capaz de solucionar el problema.
Y es que Europa ha fracasado en sus políticas de integración y el multiculturalismo se ha convertido en una quimera. Que mejor ejemplo que Francia; la Francia republicana, cuna del ciudadano, ha sido incapaz de lograrlo. En nuestro País carecemos del espíritu de Francia, de su sentido de Estado y ciudadanía, carecemos de su fuerza, por eso aventuro que aquí el fracaso será mayor. Como mucho podremos aspirar a la COEXISTENCIA, pero no a la CONVIVENCIA, conceptos muy diferentes.
Ante esta gravísima situación, amplios sectores de la izquierda reaccionan con un discurso simplón revestido de una mezcla de ingenuidad y estupidez. Unos niegan problemas de integración, otros no hacen nada por suavizar el inmenso peso totalmente descompesado que en este tema asume la enseñanza pública, otros reaccionan frente a los sectores conservadores católicos convirtiéndose en adalides de la causa del pañuelo islámico o se muestran compresivos con comportamientos contrarios a los derechos humanos simplemente justificándolos en la tradición y la cultura del inmigrante. Un ejemplo de esta política errática y ciega de la izquierda es la ya trasnochada "Alianza de las Civilizaciones": en esta bobada diplomática, Zapatero fue de la mano con el primer ministro turco, por todos conocido como un islamista moderado que está llevando a cabo un derrumbe controlado y camuflado del estado laico turco; es decir, todo lo contrario de lo que en teoría pretendía (y digo pretendía, pues ya se olvidó de ello) nuestro presidente en España.
En todo esto hay una única cosa clara: seguirán viniendo, y cada vez serán más, porque los necesitamos en nuestras envejecidas sociedades, porque la pobreza es el más poderoso de los ejércitos y no podemos ponerle puertas al campo. Por eso estamos condenados a entendernos o por lo menos a coexistir. Sobre estas últimas reflexiones va esta maravillosa canción de Joan Manuel Serrat, si tenéis tiempo escucharla, apareció hace veinte años pero sigue vigente.

domingo, 13 de febrero de 2011

la bruja Lola no puede predecir el futuro

Este artículo no es mío, lo escribió recientemente mi hermano para la revista de su instituto. Su reflexión sobre la crisis actual y el futuro nada halagüeño del estado de bienestar es soberbia. Por eso, aunque es un poco largo, merece la pena leerlo, os lo aseguro.

Hoy ha hablado una nueva “bruja lola”. Ayer lo hizo otra y seguro que mañana alguna más volverá a hacerlo. Todos los días aparecen en los medios de comunicación una legión de adivinos certeros con la mejor apariencia. Nada de personajes malhablados y vulgares, de los que “escupen” palabras malsonante o tiñen sus cabelleras con “rubios de bote”. Estos nuevos adivinos no son unos simples indocumentados, no son perdedores, fracasados, restos sociales metidos a estafadores. Su apariencia es honrada y honesta, son portadores de trajes de marca y elegantes corbatas, se les supone cultura y formación. Integran la élite empresarial o intelectual y están lejos de la cutre imagen de la adivina de canal televisivo de segunda. Estos son “adivinos de verdad”, creíbles como ningún otro. Se enfrentan al futuro con supuesta valentía. Saben que hay demanda de certidumbres y asumen “el duro papel” de saciar la ansiedad de la mayoría ante un futuro desconocido. Todo en sus formas y en su apariencia parece dejar claro que saben lo que dicen y que saben lo que hacen.

Un economista, de esos que claman no pertenecer a corriente ideológica alguna, nos augura la segura evolución del capitalismo, la única posible: los costes de producción son demasiados elevados, hay que competir y eso requiere esfuerzos… Sin darte tiempo a un respiro, el sociólogo de turno aparece en un programa televisivo afirmando vivir en un mundo sin ideologías: ni puede, ni debe haberlas en la sociedad futura que se nos avecina; son las ideologías, afirma, las que marcaron el tumultuoso siglo XX. Viajamos hacia unas sociedades donde las opciones políticas vendrán marcadas por matices, un mundo globalizado con solo una política posible.

Todavía estamos dándole vueltas a la idea, cuando nos asalta desde los medios un triunfador hombre de negocios, que acomete el “problema” del funcionariado como si fuera el mayor experto en el tema: no puede haber funcionarios como los de hoy, sus privilegios son fruto del pasado y su baja productividad inaceptables para el sistema. Y otro empresario, tan exitoso como el otro, o incluso más, habla de la inviabilidad de la seguridad social, demasiada carga para el sistema económico y empresarial.

Nada escapa de ser cuestionado y no pasa mucho tiempo cuando un banquero metido a Dios, aunque con nombre de bota pequeña, aclara que las pensiones en el futuro, o son diferentes (es decir, mucho más pequeñas) o no son. Lo hace con la frialdad de un experto, quizás porque él no las va a necesitar o quizás porque ve en los fondos de pensiones privados un suculento negocio.

Los mensajes resultan bastante creíbles y cuando estamos un poco sobrepasados, arrecian aún más. Un político liberal, término ahora de moda en una curiosa vuelta a los orígenes, lanza el mayor de los órdagos, el estado de bienestar es insostenible. En palabras más claras, el Estado es demasiado grande. Y el político que le acompaña, también liberal, utiliza palabras más contundentes: es monstruoso, es la gran desmesura. Hay que hacer una cura, pero solo sirve una operación de “reducción de estómago”, digo de estado. Tiene efectos secundarios y riesgos importantes, pero no hay otra salida, ni otra cura posible. O se reduce o el paciente muere. Y El paciente es la sociedad. Dicho así, asusta. Y en la misma dirección lanza un mensaje de “equilibrio fiscal”, algo que se consigue reduciendo el gasto del Estado. Claro que reducir el gasto estatal es reducir el gasto social. Y volvemos a lo mismo. Se pueden aumentar también los ingresos con impuestos, pero cuidado con tocar a las grandes fortunas, entonces el dinero se va y se reducen las inversiones. Lo que nos queda es subir los impuestos indirectos, los que pagamos todos por igual.

Cambias de canal y un periodista, también liberal, en un debate político de opinión, ahora tan en uso, lanza su personal queja contra los excesos de la lucha obrera y social. Con elegancia (no olvidemos que está registrada en la mismísima constitución) cuestiona el hasta ahora intocable derecho a la huelga. No es normal paralizar un país en época de crisis, afirma. Y se lanza contra las estructuras sindicales, según él cúspide de la corrupción, y por supuesto la violencia que ha rodeado siempre a la lucha sindical, esa violencia excesiva de los piquetes que ya es hora de denunciar. Y afirma sin pudor: es increíble que un hombre que quiera no pueda trabajar, ¿habrá un delito mayor en una época de tanto paro?

Y unes las piezas y mezclas los ingredientes, y una vez removidos, la sociedad que tales mensajes construyen es bien distinta a la nuestra. Las “brujas lolas” han hablado. Su sentencia es clara y precisa. Han esbozado un futuro, aparentemente hecho de retales, de mensajes dispersos, pero que es un todo, un futuro simple y sencillo, fácil de comprender. Resulta coherente y es creíble: esto no, esto tampoco, esto no se puede pagar, no hay dinero para esto otro, esto no se puede consentir. Lo que no es viable resulta insostenible. Coherencias tremendas aderezadas con fatalismos inapelables. Gobierne quien gobierne, hagamos lo que hagamos las cosas son así, los cambios son inevitables, estamos ante evoluciones inalterables. Y se recurre continuamente a la vieja sentencia: nosotros o el caos. Y si alguien duda bastará con recurrir al pasado histórico. Recordad donde nos condujeron los experimentos, los sueños, donde nos condujo la utopía que tiñó el siglo XX . Y la gente recuerda.... y reflexiona: Quizás convenga ser realistas.

Sin embargo, cuando te paras un poco a reflexionar las cosas no son tan sencillas. Solo tienes que salirte del discurso hegemónico y encontrarás sus enormes grietas. El siglo XX ha sido el peor, pero también el mejor, produjo las guerras más destructivas y los totalitarismos más crueles, pero también los más grandes avances tecnológicos y las mayores cotas de libertad y bienestar jamás alcanzadas. Y esto no hubiera sido posible sin sus enormes dosis de ideología y de utopía, y tampoco hubiera sido posible sin el ejercicio de derechos como la huelga, sin la lucha y las organizaciones que ahora se cuestionan con tanta facilidad. La obsesión es el Estado y el sistema público de pensiones, pero estas son analizadas sesgadamente sobre variables como la demografía, obviando el aumento de la productividad que implica el enorme desarrollo tecnológico.

¿Quién ha dicho que el estado es demasiado grande? Para determinados sectores siempre fue así. Hasta donde quieren reducirlo es una buena pregunta. Sin embargo, lo realmente necesario no sería la reducción del Estado, sino su redefinición, buscando una adecuada gestión de los recursos humanos y económicos, controlando el fraude en las prestaciones sociales, y no cuestionando dichas prestaciones. Son muchas las voces que hablan de que la sociedad civil, al estilo americano, debe tomar la iniciativa, y el Estado debe retirarse de determinadas funciones especialmente gravosas. Pero eso es caridad, y eso es la antinomia de la cohesión social que con su inmenso gasto en todos los ámbitos de lo público produce el estado de bienestar. Lo publico iguala y equilibra. La caridad solo alienta la pervivencia de la desigualdad, apuntala la sociedad injusta, no la cuestiona, ni pretende superarla. Es la diferencia entre justicia y caridad, aquella a la que tan magistralmente se refería hace ya años el desconocido arzobispo brasileño Dom Elder Camara cuando afirmaba:”Cuando doy comida a los pobres me llaman santo. Cuando pregunto por qué no tienen comida me llaman comunista”.

El Estado no está en crisis, simplemente se ha convertido en el objetivo del gran capitalismo y la obsesión de los mercados, los mismos que nos han conducido a la situación actual, después de haber campado a sus anchas durante años. Precisamente ha sido la falta de regulación por parte del Estado, la inhibición de éste, lo que nos ha conducido al desastre. Finalmente ha sido el propio Estado el que ha tenido que intervenir para salvar el sistema financiero, y ahora, en cambio, los mercados nos dicen que sobra, que hay que destruirlo o por lo menos minimizar “sus malos actos e influencias” haciéndolo más pequeño. Porque un estado grande es igual a gasto, a déficit, a despilfarro -señalan-. Como si el Estado no fuera fuente de empleo, de dinamización económica, de inversión, de investigación, de innovación, de igualdad, de equilibrio, de crecimiento, etc.

Los mercados no cuestionan la sociedad de consumo, no es su objetivo, por el contrario ella les alimenta, su verdadera presa es el estado de bienestar. La sociedad de consumo permite el acceso de “mucha gente” a los servicios básicos, sin embargo, el estado de bienestar supone el acceso de “todos” a dichos servicios. Ese “todos” es lo que está en cuestión. Y los mercados se han juramentado para acabar con él. Con sus voceros al frente, con las “brujas lolas” sacudiendo con sus soflamas el mundo, convertidas en mensajeros de la nueva verdad absoluta: esto o el final, ahora o nunca. Y hasta el gobierno más reacio termina cediendo y lanzando más carnaza que nadie. Hay que alimentar al “monstruo” si se quiere sobrevivir. Pero su voracidad no parece tener límites: primero abaratamiento del despido, después reducción del gasto social, más tarde aumento de impuestos indirectos, reducción de ayudas sociales y subvenciones, recortes en las pensiones, en la administración, reducción del funcionariado, bajada de salarios, y al final un estado más pequeño, cada vez más pequeño. Lentamente el monstruo devora todas las conquistas. ¿Hasta donde?, es difícil precisar, pero parece insaciable.

Se ha marcado un itinerario, una única posible evolución de la realidad, pero el camino emprendido no se produce por la imposibilidad de tomar otra dirección, sino porque esa es la evolución que algunos quieren y promueven. No debemos de olvidar que el estado de bienestar no es producto de la evolución natural del capitalismo, sino producto de la presión ejercida en el interior de las sociedades. Tampoco su destrucción es producto de una evolución natural, sino producto de otro contexto, el actual, radicalmente distinto. Detrás de ambos procesos lo que hay son realidades sociales diferentes, no una evolución natural económica inalterable, casi sobrehumana. En historia el fatalismo no existe, la historia la construyen los hombres en el contexto de una Humanidad marcada por el conflicto, convertido este en el verdadero eje de la evolución histórica, y en él los hombres son actores principales y activos. Ellos moldean el futuro, no les viene dado. Si olvidamos eso, nos va ir muy mal.

Cuando tiene que consumir, el sistema agranda al individuo, se dirige específicamente a él, le hace sentirse especial y único. Pero inmediatamente después, y ya en otro plano de cosas, le empequeñece, le convence de que su capacidad para cambiar la realidad es mínima. No se puede luchar contra el destino...

Sin embargo, el futuro es nuestro y nosotros lo forjamos. De nosotros depende como sea. A pesar de que la inercia del sistema imponga unas limitaciones, todavía hoy y siempre, el hombre y las sociedades son las que labran el futuro en un sentido u otro. Y si la evolución resulta ser la pronosticada será por nuestra pasividad, no por su inevitabilidad. Ese será el verdadero triunfo de los adivinos actuales, de las “brujas lolas”, de aquellos que en definitiva crecen a la vez que la incertidumbre y la inseguridad, de aquellos que se alimentan de la pasividad más extrema para imponer sus más mezquinos intereses.

José Antonio Doncel

jueves, 14 de octubre de 2010

el precio de un capuchino

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A mí hay algunos superhéroes humanitarios que me producen sarpullidos. Se han erigido en la conciencia humanitaria del mundo y ese mundo no ha hecho nada por impedirlo. Se trata, por orden de más vomitivo a menos, del magnate informático Bill Gates, del cantante Bono y del ex-vicepresidente y aspirante a presidente de EEUU Al Gore. ¿Quiénes son esos personajes, qué catadura moral tienen para arrogarse el derecho a darnos lecciones al resto de los mortales?, ni su vida ni su obra son ningún ejemplo admirable de lucha contra la injusticia y por un mundo mejor.
Llevaba tiempo pensando en escribir sobre estos individuos pero el otro día me decidí después de leer una entrevista al filósofo esloveno Slavoj Zizek. Desde una perspectiva izquierdista pero nada convencional, este filósofo ha sido especialmente ácido y transgresor. Ha cuestionado las bases del sistema liberal y del multiculturalismo de moda. Ha socavado los cimientos de la izquierda progresista light y de los sectores liberales, por supuesto también de reaccionarios y conservadores.
En esta entrevista, Zizek habla de la caridad de toda la vida pero ofrecida con una nueva fórmula. Y pone como ejemplo a Bill Gates. Este multimillonario va por el mundo "removiendo conciencias" con frases como esta: "hay que ser consciente de que con lo que cuesta un ordenador se puede salvar una vida". Es lo que el filósofo esloveno llama despolitización del problema: todo el mundo nos aconseja evitar los caducos debates ideológicos y estructurales. Los ricos, los estados, muchas ONGs nos invitan a ayudar con urgencia, a no perder el tiempo investigando las raíces políticas del problema. Y, por otro lado, esta acción no política nos hace sentir bien, nos tranquiliza las conciencias. Detrás de una foto con un niño hambriento en la que pone "por el precio de un capuchino podrás salvar a este niño", hay una gran manipulación muy hábil. Según Zizek, el mensaje real subyacente es que vivimos en un mundo confortable y que poder seguir disfrutándolo sin remordimiento de conciencia es muy barato: EL PRECIO DE UN CAPUCHINO.
Esta sociedad aparenta luchar contra la pobreza pero no cuestiona ni juzga la riqueza, al contrario, aspira al lujo y sueña con montañas de oro. Por eso los ricos (unos pocos) y los aspirantes a ricos (la mayoría) necesitan un discurso como el que critica Zizek: quiero acaparar riquezas pero quiero sentirme bien conmigo mismo y no tener remordimientos, quiero ser un rico honrado y digno que no tenga que avergonzarse de ello. Para eso están esas legiones de "negritos" harapientos que esperan mi ayuda.
Ya en otro artículo, reflexioné sobre las diferencias entre justicia y caridad. Merecía la pena hacerlo otra vez.

martes, 6 de abril de 2010

justicia, entrega y caridad


Hace mucho tiempo, no se cuanto, alguien escribió en la sección de cartas al director de algún periódico que ya no recuerdo un pequeño comentario que, sin embargo, conservé recortado hasta hoy. Se titulaba Justicia, entrega y caridad y decía así:

"Cuando doy comida a los pobres me llaman santo. Cuando pregunto por qué no tienen comida me llaman comunista". Estas son las palabras del casi desconocido Dom Helder Camara, el que en su día fuera arzobispo en el noreste de Brasil durante 20 años. La madre Teresa y la princesa Diana tenían, efectivamente, mucho en común. Esa peligrosa pregunta, "¿por qué?", nunca salía de sus labios. Quizá eso explique en parte su dimensión de iconos.

Las dos eran dulces, sinceras, pero sobre todo no molestaban y a la larga eran irrelevantes para los 35.000 inocentes que mueren cada día porque vivimos en un mundo que rechaza violentamente la idea de compartir la riqueza de una manera más equitativa. No dudo que el mundo necesita compasión. Pero necesita justicia más que caridad y quizá por cada abrazo necesita la pregunta "¿por qué?". PAUL LAVERTY (Glasgow, Escocia).

Creo que estas palabras fueron escritas poco después de la muerte de Diana de Gales y Teresa de Calcuta, pero eso da igual. Me sigue pareciendo que están totalmente vigentes y creo que merecen ser reproducidas. No discuto la utilidad inmediata de la caridad, pero si no llega más allá tiene algo de repugnante y egoísta, sirve solo para limpiar la conciencia del que la ejerce. Al respecto, quiero traer aquí el recuerdo de mi padre; pasó mucha hambre en los años 40 y siempre recordaba con profundo desprecio a aquellas mujeres vestidas de gala con caros abrigos que en las calles principales de la ciudad, donde todos las vieran, colocaban sus mesas caritativas con el alabable objetivo de recoger dinero para los pobres. ¡Qué útiles eran los pobres!, gracias a ellos la "gente de bien" podía realizarse como personas y ser mejor.