a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

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sábado, 10 de mayo de 2014

superprofesores


Hoy se espera de un profesor que paciente y creativo, ameno y motivador, que sepa empatizar con alumnos, padres y compañeros, que solucione conflictos y aporte soluciones, que sea simpático y cercano pero a la vez tenga autoridad y sea respetado, que sea trabajador y vocacional, que sienta amor por lo que hace y crea que la educación es un arma de cambio, por tanto, asuma con responsabilidad la trascendental tarea que desempeña, a la que debe dedicarse en cuerpo y alma.
En ese profesor no tiene cabida la palabra desaliento, ni frustración, ni miedo, ni sufrimiento, ni bloqueo, ni cansancio. La sociedad exige que ese SUPERPROFESOR pueda con todo y lo solucione todo, "le pagan para eso". Este modelo se ve reforzado por el cine. Quién no ha visto alguna película en la que un profesor con ingentes recursos y mucha seguridad consigue cautivar a un grupo de alumnos conflictivos y desmotivados.
Pero ese profesor no existe en la realidad y no existirá nunca. Algunos pueden acercarse algo al pedestal, pero la mayoría debe conformarse con tratar de ser un profesional y cumplir con dignidad su trabajo. Aspirar a mejorar y a afrontar los cada vez más frecuentes problemas del aula lo mejor posible, pero sin grandes aspiraciones y asumiendo los propios límites como medio de evitar la frustración.
Y es que esa sociedad y esa familia que han abandonado en buena medida su porción de responsabilidad en la educación de las nuevas generaciones, exigen a los profesionales educativos que asuman casi en solitario la trasmisión de valores y conocimientos y exigen que lo hagan muy bien.
Esa presión se percibe en el ambiente de los centros educativos. Al estrés derivado de la propia dinámica generada por horarios y programaciones se añade la obsesiva reflexión a la que de forma continuada somete el educador su labor docente y la de los demás compañeros. Los profesores están forzados a entretener y motivar como sea a alumnos cada vez más ajenos a lo que se cuenta en las aulas, cuando no indolentes o conflictivos, y se desesperan por conseguirlo, miran de reojo al compañero y compiten entre ellos por el favor y la aprobación de sus pupilos. El día que no les atienden y parecen aburridos salen abatidos de clase y miran con envidia a ese compañero guay que parece no tener problemas y dice disfrutar en las clases.
En ese creciente ambiente de estrés y frustración buscan desesperados soluciones que parecen venir de la mano de nuevas palabras que les abren la puerta a la esperanza: "couching", inteligencia emocional....
Pero ninguna de esas palabras obrarán el milagro, porque ese milagro no depende en una parte importante de los propios educadores. En la educación los profesionales  son solo un eslabón de la cadena. Ni siquiera en el imposible caso de que contáramos con cientos de miles de superprofesores se solucionarían los problemas que la aquejan.

jueves, 13 de febrero de 2014

alegoría bélica


Soy asiduo visitante de un interesante blog  al que de vez en cuando aporto en forma de comentario algunas modestas reflexiones. En ocasiones coincido con su autor, otras vez no, pero siempre me enriquezco con sus entradas. Recientemente escribió sobre la tarea docente, sobre el sufrimiento y el miedo que en no pocas ocasiones bloquea a un enseñante y lo reduce a escombros. Me impresionó lo que contó y como lo contó. Sobrecogido, por no decir tocado en lo más profundo, respondí con un comentario en el que introduje una alegoría bélica para explicar como me sentía yo después de casi dos décadas como docente. Nunca he expresado mejor como me siento, azuzado por las sabias palabras que acababa de leer. Habrá gente que no lo entienda y estoy seguro que tengo compañeros que no se sienten así, pero también estoy seguro, segurísimo, que no soy el único al que esta profesión le ha pasado factura. Creo que esta alegoría bélica debe estar también en mi blog y por eso la reproduzco tal y como la escribí en su momento:


 Yo me siento como un soldado en una trinchera en la Primera Guerra Mundial. Llevo 18 años en el frente, entre trincheras inmundas, barro, tensión y miedo. Nunca me han mandado a la retaguardia, mi verdadero sueño y mi esperanza. No sé lo que es un destino tranquilo, en la garita de un ministerio de defensa, por ejemplo, siempre he estado en el frente, estuve en el Marne, en Yprés o en Verdún. La retarguardia es para enchufados, veteranos más antiguos que yo o héroes cargados de medallas, quizás conseguidas con dignidad, quizás con mezquindad. Yo no tengo enchufes ni tengo madera de héroe, solo saldré de las trincheras cuando el tiempo me convierta en un viejo soldado al que le dejen, por fin, retirarse a un buen destino, tranquilo, donde pueda seguir siendo soldado pero sin soportar el continuo traqueteo de las ametralladoras o el insoportable martilleo de la artillería. Cuando me hice soldado creía de verdad que era glorioso serlo, que iba a defender a mi patria y a los míos, que iba a ayudar a que ganaran los buenos. Hoy, entre mierda y barro, no lo creo. Hoy sigo aquí resistiendo solo por mi sentido del deber y porque quiero vivir y no morir. Y sigo también resistiendo porque hasta en las trincheras hay cosas buenas, el compañerismo, ver salir el sol después de días interminables de lluvia, treguas en las que te sientas a intercambiar cigarrillos con el enemigo y ves que son como tú, personas. Siempre hay luz, hasta cuando es noche cerrada.

No quiero dejar de ser soldado, solo sirvo para eso y algunos de mis "enemigos" dicen que no soy malo peleando, me conformo con ir sobreviviendo, disfrutar de los buenos momentos que siempre los hay. Todo esto mientras espero a convertirme en un viejo soldado y llega mi esperado traslado.

lunes, 25 de febrero de 2013

palabras bonitas para paliar la desesperanza

Hace unos días tuve una interesante conversación con dos alumnas. Fue una conversación franca, abierta, agradable. Recuerdo que les comenté como me sentía, la desesperanza que me abatía en el campo profesional. Me respondieron con palabras muy bonitas sobre mi labor como profesor que cargaron mis viejas baterias, esas que cada vez con más frecuencia es necesario volver a cargar.
Desde hace algunos años noto un aumento paulatino de mi desesperanza como educador, la desesperante sensación de lo que les cuento o les digo no les interesa nada, se lo diga como se lo diga. Su aburrimiento se prolonga durante seis largas horas en las que la conflictividad es casi imposible que no aflore. Como profesional te ves embarrado en una ciénaga de cansancio, aburrimiento y también miedo, miedo a perder el control sobre unos chavales que están más cansados que tú. El otro día encontré una interesantísima reflexión en la red sobre los motivos que explican ese creciente abismo entre lo que interesa a los chavales y lo que les contamos. Recomiendo vivamente su lectura. Si nos acercamos a los alumnos, les escuchamos, nos sentamos con ellos y dejamos que se abran a nosotros nos lo dejarán bien claro: en su mundo no cabe la reflexión o el pensamiento, sino lo banal, lo inmediato, no cabe el sufrimiento o el dolor sino el disfrute. Esa actitud no puede atribuirse exclusivamente a la edad, sino también a una dinámica general que también afecta a los adultos y que se ha convertido en norma general de esta sociedad.
En relación con lo anteriormente dicho, observo con excesiva conciencia la cada vez mayor inutilidad de mi tarea profesional y el peligroso aumento de los periodos de crisis profesional en los que esa inutilidad se hace insoportable. Soy de natural alegre y buscó conservar la pasión que siempre ha caracterizado mi forma de transmitir conocimientos y valores pero, en ocasiones, me cuesta mucho, pero que mucho, seguir hacia adelante. Por eso la importancia de esas palabras bonitas.
Llevo días pensando que esto no puede seguir así, que tengo que buscar asideros que borren o por lo menos reduzcan los periodos críticos y sus efectos. Lo primero debe ser, eso lo he pensado siempre, no dejarme llevar por la autocompasión, no convertirme en un perro lastimero, no lloriquear por las esquinas, pero hasta eso cuesta cada vez más. Lo segundo es no dejarse llevar por una interpretación catastrofista: aunque esto esté hecho una mierda no podemos repetirlo continuamente y no nos lleva a ningún sitio llegar a la conclusión de que esto es una mierda. La aparente solución sería adoptar como propia una visión idealista, ser muy positivo y creer que todo se puede arreglar: juntos podemos hacer de la educación una experiencia maravillosa, hay un gran futuro por delante. Sin embargo, mi natural escéptico y mi visión descarnadamente realista del mundo que me rodea no me permite asumir esa visión del futuro, me resulta fantasiosa, casi pueril. Queda una última posibilidad, pasar de todo, que todo te resbale. Lo he intentado pero no puedo, soy educador por vocación, soy incapaz de desvincularme de mis alumnos, de no sentirlos cerca, trabajo con personas y me niego a deshumanizarlas.
¿Qué hacer? no tengo ni idea. De momento, pretendo ganar pequeñas batallas, conservar lo que me queda, no perder los restos de pasión, seguir escuchando a mis alumnos, escarbar en su conciencia social dormida, ofrecerles trato humano y cuando la desesperanza me embargue, recordar esas y otras palabras bonitas.

miércoles, 17 de octubre de 2012

una nueva educación

jóvenes cacereños poco antes de la carga policial
La cosa esta caldeada. No es normal que 500 alumnos recorran las calles de una ciudad tranquilona y mortecina como Cáceres. Tampoco es normal que se cargue con violencia contra unos chavales que solo un retorcido puede considerar una amenaza. Mi sobrina estaba esta mañana en la manifa y no la zurraron de milagro. Para la autoridad mi sobrina era una peligrosa ultraizquierdista antisistema cuya protesta es un ataque al sacrosanto orden baluarte y pilar fundamental de esta gran nación. A un par de amigas suyas, más ultraizquierdistas todavía, dispuestas a quemar iglesias y destruir la paz social, les zurraron.
 Mañana hay convocada una manifestación también promovida por los padres, a la que pienso asistir. Por supuesto, esos padres son unos salvajes batasunos e irresponsables que están manipulando y destruyendo el futuro de sus hijos. Y de mí, que se puede decir, es una vergüenza que un educador comparta los principios y el sentido de esta huelga. Es incomprensible que un monstruo antisistema, enemigo de los valores nacionales, pueda enseñar. La reforma de Wert, facilitando el control sobre los profesores, permitiendo que puedan ser  rechazados o admitidos según criterio de la autoridad educativa, abre el camino a que personajes radicales y peligrosos como yo salgan por patas del sistema educativo. España necesita educadores de verdad, que transmitan la esencia del espíritu nacional, enseñantes embridados, domesticados y no gentuza radical. 
Mientras ponen la primera piedra de una NUEVA EDUCACIÓN, a la que pretenden convertir en una enorme maquinaria de propaganda, toman medidas para limitar y erosionar gravemente los derechos de manifestación y reunión. Negros nubarrones que preceden al diluvio.

miércoles, 9 de mayo de 2012

CONTRA LOS RECORTES


El presidente extremeño José Antonio Monago, que es un tipo que ten collons y además es de verbo barriobajero, exige a otros políticos que tengan collons porque él los tiene y de verdad. Tiene cojones para desmontar la sanidad pública, tiene cojones para dejar a los ancianos de una residencia de Alzheimer medio abandonados con recortes inhumanos de personal, tiene cojones para herir de muerte a una educación pública zarandeada desde hace mucho tiempo. Su caudillo Rajoy también los tiene, aunque a simple vista parezca apocado y cobardón.
Desde que llegaron al poder en Extremadura en mayo pasado, los populares han hecho gala de una inoperancia y una incapacidad evidente. Ellos, que alardean de ser buenos gestores, se han mostrados incompetentes y han evidenciado que la tarea de gobierno les queda grande. Incluso a la hora de recortar, están dejando clara su desorganización y su ineficacia. 
En educación la situación avanza, como el resto del estado, hacia un grave deterioro del sistema. Hoy una parte importante del claustro de mi humilde instituto, un centro rural de pequeñas dimensiones, hemos salido a la calle a mostrar nuestra indignación y el día 22 de mayo muchos iremos a la huelga. No sé si sirve para algo, pero si no hiciera estos pequeños gestos yo no sería capaz después de mirarme a la cara. La razón y la humanidad rara vez pueden contra los cojones, pero al menos tenemos que mantenerles la mirada y poner en evidencia su desvergüenza.

miércoles, 18 de enero de 2012

racismo entre pobres

Hace unos días un amigo profesor me relató una experiencia amarga pero muy clarificadora. Enseña en una zona rural, con escasa presencia de población inmigrante y con un nivel sociocultural bajo:
Este compañero tenía un grupo pequeño de alumnos de 13 y 14 años a los que enseñaba una de esas materias denominadas “marías”. Decidió encauzarla hacia la educación en valores. Les ponía películas con mensaje, para pensar, veían vídeos cortos de diversos temas de interés. En muchos de esos cortos y películas los niños y adolescentes eran protagonistas y no siempre terminaban mal, pero siempre invitaban a la reflexión, no eran puro divertimiento y evasión. Pero la mayoría no quería hacer nada, ni siquiera pensar. En esta sociedad nos han enseñado a no pensar, todos los mensajes que recibimos nos incitan a una vida hedonista, fatua, vacía, desde niños nos hacen recelar de todo lo que suene a reflexión y a introspección; nos dicen, la vida son dos días, disfrútalos como si acabaran mañana, consume, ten experiencias al límite, desbócate, desmádrate, sino eres un pringao. En esa búsqueda obsesiva de la felicidad no tiene cabida la enfermedad, la vejez, la pobreza, el sufrimiento. Escuchas a los adolescentes decir que ellos solo quieren que les cuenten historias que terminan bien, que les evadan y les permitan escapar hacia un mundo ilusorio, ¡QUÉ NO EXISTE!. Seguro que oyen a sus padres decir esa frase tan penosa y triste y tan manida: "yo quiero que me cuenten historias felices o entretenidas, no quiero historias reales, para eso ya está el mundo que nos rodea".
Como iba diciendo, este amigo mío veía cada vez más rechazo en sus alumnos. Estaban hartos de la película del niño maltratado, del gay discriminado, de la historia de racismo, de la mujer maltratada. Pero un día el creciente descontento derivó en una escena lamentable. Cuando me lo contaba, resultaba tan surrealista que los dos no sabíamos si llorar o reír. Estaban viendo un precioso video en youtube (que luego he visto yo y que recomiendo, aquí dejo el enlace) sobre el intercambio entre un colegio de Malí y un colegio catalán; en él los niños africanos veían absortos imágenes sobre como era el colegio español y luego las comentaban con su profesor en su destartalado colegio. Solo unos minutos después de comenzar el visionado, un par de alumnas algo conflictivas, que varias veces habían mostrado su rechazo a la dinámica del aula, estallaron. El profesor mantuvo el tipo pero no pudo evitar revolverse por dentro cuando aquellas alumnas empezaron a despotricar de forma desquiciada contra tanto “vídeo sobre los malditos negros de las narices”, estaban hartas de ver vídeos sobre valores, pero les molestaban especialmente cuando el tema era el racismo, la interculturalidad o el acercamiento a la diversidad. "¡Estamos hartas de negros, no queremos ver más vídeos de negros, son todos unos vagos y unos ladrones, que vienen a quitarnos el trabajo y luego llevan ropas de marca!". Mi amigo se enfrentó manteniendo la tranquilidad a semejante embate, les recordó que aquellos niños no estaban en España, sino en un pobre país a miles de km y que esos niños no llevaban ropa de marca. Os invito a visionar el video como he hecho yo, muchas de esas criaturas llevaban harapos y eso que es probable que se hubieran puesto sus mejores galas para la cámara.
Según me dijo mi amigo, la chavala más levantisca terminó en Jefatura de Estudios y, horas después, le pidió disculpas. Lo que más dolió a mi amigo no fue lo que se dijo en ese aula, sino quién lo dijo. Aquellas dos niñas no eran dos señoritas de colegio privado, una era hija de una familia muy humilde y desestructurada y otra era de etnia gitana. Simplemente surrealista. Aquellos que más sufren el desprecio y la discriminación, el rechazo y la incomprensión, mostraban un rechazo brutal hacia otros pobres, hacia otros diferentes, hacia otros abandonados. Era evidente que decían lo que escuchaban en boca de sus padres, pero también es evidente que será muy difícil evitar que en un futuro semenjantes barbaridades no se escuchen en boca de sus hijos.
Mi amigo volvió ese dia a casa y se sentó delante del ordenador para ver de nuevo el vídeo. La pena le embargó cuando volvió a ver las caras de esos niños negros, con que sorpresa veían las imágenes del colegio catalán, la ilusión que tenían por ser grabados, para ellos era un dia especial. Y se alegró mucho, pero mucho, de que allí, en Malí, a miles de km, no hubieran sentido el odio de que destilaban las palabras de aquellas dos pobres muchachas.
En otra entrada anterior ya hablé de este tema, los ultraconservadores en el mundo occidental no tendrán que mover un dedo para protegerse de los extranjeros, de los diferentes; legiones de pobres autóctonos lo harán por ellos. No se equivoquen, esto va a ser una batalla entre desgraciados y excluidos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

En las trincheras


Hace unos días asistí en unas jornadas de Historia a una ponencia sobre la educación en competencias básicas (o algo así). La presentaba una inspectora que era también licenciada en Historia. Durante la inútil conferencia se dedicó a aleccionarnos sobre como debían ser las clases del futuro mientras nos reforzaba mostrándose comprensiva con la problemática habitual del aula: "ya sé que vuestro trabajo es muy duro, que los ordenadores no funcionan, que los alumnos son apáticos y demasiado diversos, ya sé que sois abnegados profesionales injustamente tratados, pero debéis hacer esto y lo otro con las competencias, por lo menos intentadlo, con poco que se consiga bastará...".  A mí lo que me alucinaba de su discurso no era el contenido, sino en boca de quien se presentaba: durante más de una hora una individua que llevaba décadas fuera del aula nos estuvo aleccionando sobre como debemos enseñar, resultó ridículo escuchar sus caducas experiencias con alumnos de 8º de EGB (quizás hace más de 20 años) y aún más estúpida su propuesta a modo de ejemplo de una actividad-tarea sobre la Desamortización de Mendizábal para 4º ESO; cualquiera que enseñe en ese nivel sabe que ese arduo y complejo tema sería el último que se seleccionaría para trabajar con los alumnos.
Cuando la señora inspectora terminó, estuve tentado de decirle lo que pensaba de su ponencia pero lo dejé estar. Sinceramente, ya estoy aburrido de todo esto. Si le hubiera dicho lo que pensaba, lo habría hecho recurriendo a una comparación histórica. Cuando escuchaba a la ponente me sentía como un soldado veterano de la Primera Guerra Mundial que lleva muchos meses en las trincheras sin ser relevado, lleno de mierda y cubierto de barro hasta la cintura, que no entiende muy bien que sentido tiene lo que hace y escucha con una mezcla de estupor y asqueo al general con su traje impoluto (=la inspectora conferenciante) que arenga a la masa de soldados harapientos recordándoles lo importante que es su tarea en la defensa de la Patria; ese general nunca ha pisado una trinchera salvo cuando en rutinarias inspecciones ha saludado y dado algunas palmaditas en la espalda a soldados que han respondido al saludo con gesto cansado a su paso, nunca ha comido su rancho ni ha sentido el silbar de las balas a centímetros de distancia.
Sé que esto no va bien y que la educación en competencias puede ayudar a mejorarlo (ni mucho menos a solucionarlo). No tengo ni idea de como voy a subirme a ese carro y no sé si lo haré, pero no estoy cerrado a nada y acepto que gente con criterio y que sabe lo que dice me hable de nuevos caminos a transitar. Sin embargo, reconozco que me enerva que una "generala"  de lecciones sin tener ni puñetera idea de lo que está hablando. Que sepan todos esos "generales de la educación" que no me merecen ningún respeto ni credibilidad. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

escuela pública fatigada


Hace varios años una amiga me regaló esta estampa que aquí presento y que titulé "escuela pública fatigada". Me gustó, se la pedí y hoy está en mi balda del departamento de CCSS de mi instituto. Me pareció muy ilustrativa y hoy la considero de plena actualidad.
La escuela pública debería ser la niña mimada del país, sin embargo, es la fregona, la hija fea a la que se obliga a barrer y limpiar hasta el agotamiento, mientras sus hermanas pijas y remilgadas ni se plantean mancharse y tienen todo lo que desean. Como símbolo de libertad y cambio social, debería ser considerada el gran motor de desarrollo humano, social y económico del país. Tendría que ser cuidada y defendida con ahínco, la sociedad debería prestigiarla y enorgullecerse de ella. 
Pero que lejos de la realidad. La escuela pública ha sido olvidada cuando no repudiada. Hoy sus profesionales son vagos que no quieren trabajar (aunque los que atizan esas falacias pretendan considerarlos autoridad pública), las clases medias y medias-bajas huyen despavoridas de unos centros educativos que consideran de segunda categoría y la enseñanza pública va camino de convertirse en una "enseñanza asistencial" en las grandes ciudades. Y para eso no hará falta mucho presupuesto: para enseñar lo básico a inmigrantes, pobres y "retrasados" varios bastará con calderilla.
Tal y como está planteada hoy, muchos piensan que la educación pública es, además de cara, peligrosa. Lo es porque garantiza la libertad de enseñanza, porque es una puerta abierta a una visión diversa del mundo que nos rodea. En nuestros centros hay todo tipo de alumnos (al menos de momento) y todo tipo de profesores, incluso gente como yo. Siempre he pensado que duraría menos de tres minutos en la inmensa mayoría de los centros privados y concertados. Estoy seguro que muchos padres de buena familia prefieren centros concertados o privados, entre otros motivos, porque así tienen garantía de que a sus hijos no les "manipularán" educadores como yo. Quieren estar seguros que sus hijos no se contaminarán con ideas "absurdas", con librepensamientos; quieren garantías de que nadie se saldrá de la foto ni les enseñará otros caminos a los transitados.
Hoy, cuando observo la estampa de la que empecé hablando, veo una casa con vida pero con claros signos de agotamiento, conformista, que asume con resignación su nada halagüeño destino. Pero dentro, aunque no los veo, sé que hay todavía algunos niños con ganas de aprender y buenos profesionales (los mejores) que conservan suficiente orgullo y dignidad para negarse a aceptar la hoja afilada de la guillotina que algunos les tienen reservada.

miércoles, 6 de abril de 2011

el inspector

Hoy he salido de la CCP (reunión de los jefes de departamento del instituto) con una sensación rara. Nada más salir me he acordado de un maravilloso vídeo subtitulado que aprovecha un fragmento de la película "El hundimiento". El que vea el vídeo se hará una idea de la razón por la que lo he relacionado con la fructífera reunión.

miércoles, 9 de marzo de 2011

lo siento, ya no creo en mi labor educativa


Lo siento, voy a ser lo más sincero posible, no voy a ser políticamente correcto. De todos modos, este blog es todo menos políticamente correcto.
En esto de la educación siempre he ido por libre y he hecho lo que me ha dado la gana: heterodoxo, indisciplinado y algo desorganizado, he tratado de presentar los jodidos papeles que me pedían a tiempo para no llamar la atención y así poder seguir funcionando a mi bola sin que me molestaran; pero solo he hecho la burocracia imprescindible: creo que nunca he leído una ley educativa y rara vez he prestado atención a una programación. A pesar de ello, creo que he sido medianamente profesional, he luchado por mis alumnos, he intentado enseñarles algo, les he transmitido toda la humanidad y sensibilidad que he podido. Supongo que por diversos motivos, llevo varios años en los que mi agotamiento va en aumento: la atonía general, el ambiente poco constructivo entre el profesorado, ese alumno cada vez más perdido, más desidioso y menos autónomo, esa sociedad que considera cada vez más que son los profesionales son los únicos responsables de la tarea educativa, y sobre todo, mi propio asqueo: llevo quince años luchando en las trincheras, todos los años he enseñado en 1º,2º o 3º de la ESO, en las verdaderas trincheras educativas, donde están todos, donde no se ha ido nadie ni ha habido selección natural, en esas trincheras donde están los futuros diversificados, los acne, los hiperactivos, los zánganos (y que no me venga ningún pedagogo de tres al cuarto diciendo que esos no existen), los jodidos, los retorcidos, los buena gente, los trabajadores, los que no llegan, los que no se enteran, los zumbaos, los perdidos, los que están en la inopia, los bordes, los insolentes, los ingeniosos, TODOS. Hoy tengo la suerte de enseñar también en otros niveles superiores, donde se respira un aire algo más puro, pero durante mis años de interino sólo tragué los primeros cursos. Y, sinceramente, empiezo a estar cansado de debates educativos, que no sé si conducen a algo, que puede que sean necesario pero en los que ya no creo.
Repito que voy a ser sincero. Durante años he echado muchas horas por la tarde, pero hace poco llegué a una conclusión: a más trabajo y más dedicación, más frustración. A mí me quedan 25 años para jubilarme (eso si no cambia la ley de los 38,5 años trabajados) y he llegado a la conclusión que mi prioridad es sobrevivir en las trincheras. Si no cambio el chip y optimizo el esfuerzo me quemaré como una vela y llegará un momento en que esto se me hará cuesta arriba, demasiado cuesta arriba. La sociedad necesita grandes profesionales si quiere cambiar la educación, pero no los tiene, y yo soy un ejemplo.Entre los que estamos acabados y los que se niegan a toda innovación auguro un futuro negro. Yo tengo claro que mi objetivo, a un ritmo tranquilo, sin sobretrabajo, dosificando el esfuerzo, sin grandes pretensiones, quiero ir tirando en los próximos años: que nadie espere de mí una dedicación esforzada e idealista, una lucha sin cuartel, sin desánimo. Sin llamar la atención, viviendo mi trabajo como una faceta más y no la más importante de de vida, intentaré dedicar cada vez más tiempo a otras actividades menos frustrantes. No abandonaré a mis chavales, seguiré transmitiéndoles el mayor calor humano posible y enseñándoles en los valores de la justicia social y la tolerancia; supongo que algo les quedará, con poco me conformaré. Pocas aspiraciones, pocas pretensiones, ese es mi objetivo. Por desgracia, me parece evidente que mis posibilidades de ayudar a cambiar la sociedad son casi nulas y mi labor un minúsculo grano de arena en la inmensidad (y que nadie me venga con el rollo de que millones de granos de arena crean una montaña, ¡venga ya!). Cada vez hay más días en los que me pregunto para que sirve lo que hago, cada vez hay más días en que me considero un mercenario de la educación; yo, que entré en esto por vocación. Creo que algo de vocación me queda, de hecho mis alumnos siguen diciendo que me enciendo en las clases y las vivo como si estuviera en la Edad Media o en plena batalla de la Guerra Civil. Pero he llegado a la conclusión que mi parte mercenaria gana terreno y tampoco es tan malo: existen mercenarios bastante profesionales y dignos, aspiro a ser uno de ellos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

fábrica de aprobados y expendedor de títulos


Esta semana llegó a mis oídos una historia ominosa que ocurrió hace ya algún tiempo: en un instituto cuyo nombre no importa y después de las evaluaciones de 2º de bachillerato, varios alumnos no consiguieron aprobar todas las asignaturas y algunos de ellos tendrían que repetir con una; los suspensos eran muy claros pero eso no intimidó a sus madres que no dudaron en interponer reclamaciones oficiales. Eran plenamente conscientes de que los suspensos de sus hijos eran justos, pero estaban decididas a conseguir en los despachos lo que sus hijos no habían trabajado en el aula. En sus miradas, en sus gestos y en sus palabras había exigencia y también reproche. Esos profesores afectados eran por todos conocidos: gente intachable, trabajadora, abnegada, que se habían dejado la piel por sus alumnos, habían invertido su tiempo y esfuerzo, habían luchado por ellos. Eso daba igual, esas madres sólo querían una cosa: el aprobado. A esas madres no les importaba si era justo, tampoco si su hijo aprendía a ser responsable de sus actos y a asumir sus consecuencias, tampoco que su hijo aprendiera y se convirtiera en una persona integral, más madura, más culta. Solo interesaba el aprobado.



Y es que yo creo que algunos estamos en la inopia. Los centros escolares son simplemente fábricas de aprobados y expendedores de títulos. Para muchos padres y para la administración educativa eso es lo único relevante. He conocido profesores nada profesionales, haraganes sin dignidad ni sentido del deber que abandonaron a sus alumnos a su suerte pero que pusieron un notable general; no recuerdo que recibieran ninguna reclamación oficial ni tampoco que fueran amonestados por la inspección educativa.

Si, como parece, un centro escolar es solo una fábrica, sería necesario aplicarle esquemas propios del capitalismo más riguroso: sería fundamental que los operarios fueran productivos, se trataría de obtener los mejores resultados en la producción con la menor inversión de tiempo y trabajo posible. Según este esquema, ¿merece la pena todo el esfuerzo y la dedicación de muchos profesionales de la educación?. Quizás bastaría con minimizar esos esfuerzos y centrarse en satisfacer, lo que resultaría muy fácil, la voraz demanda social de aprobados y títulos.Esta segunda opción nos convertiría es simples mercenarios y nos reduciría a escombros. La primera, seguir luchando, exigiría una fortaleza mental y una vocación a prueba de bomba.

No me gusta hacer el papel de plañidera y pasarme el día diciendo lo mal que está la educación y lo dura que es nuestra tarea en el contexto educativo actual. No es mi estilo. Solo quiero dejar sobre la mesa el abatimiento que en ocasiones embarga a este profesorucho de pacotilla que siempre estuvo en esto por vocación y que hoy se siente muy, pero que muy cansado.


martes, 18 de mayo de 2010

una enseñanza para pobres


Yo vivo en un barrio nuevo muy decente, de auténtica clase media, el futuro y el orgullo de España. Hay dos colegios muy cerca, uno público y otro religioso concertado. En el público sobra el espacio y la ratio no es elevada, en el concertado no hay sitio para un centímetro de pista de baloncesto y cualquier día de estos tienen que sentar a los alumnos unos encima de otros. ¿Adivinan a qué colegio asisten la mayoría de los jóvenes de mi barrio?, la respuesta es evidente: al centro concertado. Muchos días veo desde la ventana de mi cocina un mar de uniformes procedentes del “Sagrado Corazón de Jesús”. Del colegio Cervantes, en dirección contraria, apenas entra algún niño. Las calles cercanas al “Sagrado” están colapsadas por padres que diariamente mal aparcan sus vehículos esperando a sus retoños.

Este es un ejemplo, ni mucho menos el más sangrante, del deterioro del prestigio de la enseñanza pública en nuestro país. Si nadie lo remedia, y no parece que alguien lo haga, la educación pública se convertirá en una educación de segunda clase, para inmigrantes y pobres. Una excepción serán un puñado de centros educativos públicos de áreas céntricas y con nivel adquisitivo; otra será la red estatal en zonas rurales, donde con frecuencia no existen servicios educativos alternativos. Fuera de esas excepciones, la educación pública está irremediablemente condenada: la derecha política nunca ha creído en ella, el centro-izquierda no ha sabido o no ha querido luchar por ella. De hecho fue el socialista Felipe González el que extendió el sistema de concertación hipotecando el futuro y las posibilidades de la enseñanza pública.

En la actualidad, cualquier intento de cuestionar esta situación provoca una reacción airada de la Iglesia (80% de los colegios concertados son religiosos), la derecha parlamentaria y amplios sectores sociales. Para ellos constituye un ataque frontal a la libertad religiosa y a la libertad para elegir centro educativo, y eso es inaceptable.

Sin duda, estamos ante un panorama envenenado y degenerado en el que el papel marginal de la enseñanza pública se irá agudizando sin prisa pero sin pausa. En las grandes ciudades el proceso va muy avanzado. Allí, muchos centros públicos se han convertido en torres de Babel y están sobrepasados por los nuevos retos que tienen que afrontar en solitario: inmigrantes, minusválidos, acnee, niños conflictivos, chavales desarraigados. Un crisol de necesidades educativas para unos profesionales desborbados que sufren un desgaste evidente.

Siempre he creído que el objetivo básico de la educación pública y gratuita debe ser la búsqueda de la igualdad social y la superación de las barreras que durante siglos separaron a ricos y pobres. Cada vez estamos más lejos de ese objetivo, pronto la superación de las fronteras de clase será más complicada porque habremos perdido el principal arma para conseguirla.

Exagerando conscientemente, tengo la sensación que en el futuro mi trabajo no será formar futuros ingenieros, abogados o médicos, para eso ya estarán otros colegios e institutos. Yo enseñaré cuatro cosas elementales a los futuros peones, temporeros o barrenderos, hijos a su vez de peones, temporeros o barrenderos. Eso es frustrante, si mi trabajo como enseñante no ayuda a romper las cadenas de clase, no ayuda a concienciar y a conseguir un mundo mejor, para mí tiene poco sentido.