a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

viernes, 25 de mayo de 2012

ventanas portuguesas


Ventana típica en Crato

No es la primera vez que hablo de Portugal. Para mí es un país especial y ya manifesté mi cariño hacia él en una entrada anterior. Es sencillo y sobrio, tranquilo y pausado. Hoy es un país que sufre sin merecerlo; ninguno lo merece pero Portugal menos. Nosotros hemos vivido a tope, nos hemos desmadrado, corrimos como locos y nos destrozamos la rodilla, pero los portugueses no se descontrolaron nunca, no tuvieron un boom inmobiliario, no se creyeron los amos del mundo pero el mundo les cayó encima. Si un país no merece sufrir ese es Portugal.
Mi pasión por nuestros vecinos viene de lejos. Allí conocí el mar en un viaje relámpago con mi familia (sólo un día, los pobres no tenían vacaciones) y desde entonces me he ido enamorando de él. Siento un interés especial por la estética de su arquitectura tradicional: siempre me llamaron la atención sus ventanales grandes, con palillería, sin persianas, con cortinas o visillos, con ese aire anglosajón que contrasta con los colores cálidos de sus fachadas, pulcramente blanqueadas y enmarcadas por franjas amarelas, vermellhas o azuis. Esa estética encuentra su punto culminante en los pueblos alentejanos, luminosos, tranquilos, con sus calles cuidadosamente empedradadas donde el juego de colores del que hablábamos logra emocionar. Siempre he pensado que en cualquier otro lugar del mundo todo esto resultaría muy hortera, pero en Portugal todo lo contrario.
Las fotos que aquí presento son de hace unos días, fueron hechas en un tormentoso día de domingo en las que fue un gustazo pasear por las solitarias calles de algunos pueblos del alto Alentejo. Hubo tiempo también para reponer fuerzas y comer en una de esas tascas perdidas en cualquier aldea donde por poco disfrutas de una abundante y potente comida alentejana (ensopado de cabrito, bochechas, sopas de tomate, açorda, farinheira, etc.)

tranquila calle en el barrio histórico de Crato


Iglesia de Alegrete

4 comentarios:

Martín Núñez dijo...

Siempre, detrás de esas ventanas, subrayadas de colores vivos, uno se imagina mil historias de gente serena, sencilla, con arrugas algunos, observadores y amables.
Me alegra seguir compartiendo contigo, además de otras cosas, el gusto por el país vecino. Salud

Juan Carlos Doncel Domínguez dijo...

Muchas veces me he acercado a esas ventanas con visillos y he encontrado al acercarme la mirada furtiva de una viejecilla o un anciano que seguramente pensaba en un maravilloso portugués porque ese turista idiota estaba mirando ensimismado su vieja ventana como si de un cuadro de Vermeer se tratara.

Joselu dijo...

He visitado Portugal cuatro o cinco ocasiones y en todas he sentido algo muy cálido al ver a sus gentes, sus niños jugando en las fuentes, la ropa tendida en la calle, sus colores. Mi cámara fotográfica se enamora de las formas y colores de Portugal, también de su sentido de la vida, de sus comidas sencillas y sabrosas. Comparto contigo ese placer y afecto hacia lo portugués, un país que vive sin prepotencia la altanería y garrulería de sus vecinos, que somos nosotros, que los miramos por encima del hombro. Saludos.

Juan Carlos Doncel Domínguez dijo...

Los colores de Portugal son solo suyos, únicos. Y como dices, llevan siglos soportando nuestra altanería. Aquí todavía Portugal es para muchos símbolo de atraso, pero para cada vez más personas es símbolo de sencillez y belleza.Un saludo