zona alta del castañar de Santa Clara, junto a San Martín de Trevejo |
Lo mío con los bosques
caducifolios no es normal, siento verdadera adoración por ellos.
Tienen un carácter mágico, especialmente en otoño o invierno. En
días otoñales, cuando la noche se alarga cada vez más y las
lluvias nos vuelven a visitar, los bosques de castaños y robles
rezuman humedad mientras que se convierten en una explosión de
colores que recorre todas las variedades de amarillos, ocres y rojos.
Pero en invierno se vuelven sobrecogedores, los viejos robles y
castaños desnudos parecen cobrar inquietante vida y cuando transito
solo por senderos cubiertos de hojas secas entre esos esqueletos de
madera no puedo evitar que se me ponga la carne de gallina.
muy cerca de Gata, junto a la carretera que hacia Torre de D. Miguel |
Cuando era un chaval, ya
adolescente, empecé a viajar con mi padre por toda la geografía
extremeña. Mi padre era viajante (ahora lo llamarían comercial) y
yo aprovechaba el verano para acompañarlo. Mi ruta preferida era la
que llegaba, pasando por Coria, hasta Torre de Don Miguel, en pleno
corazón de la Sierra de Gata. Allí tenía mi padre un cliente.
Muchas veces aprovechábamos y llegábamos hasta Gata, donde comíamos
en el restaurante Avenida, hoy desaparecido. A mi me encantaba el
trayecto de Torre a Gata, el recorrido transcurría por una estrecha
carretera de montaña, de las que a mi me gustan, sombreada durante
buena parte del trayecto por un denso bosque mixto de castaños,
robles, pinos y algunos alcornoques. En el restaurante de Gata
gustábamos de colocarnos en una mesa muy cerca de la cristalera
desde la que se disfrutaba de una bella panorámica del valle de la
Rivera de Gata. Los árboles caducifolios no estaban tan lejos, no
hacía falta irse a los montes Apalaches americanos ni tampoco a las
montañas asturianas, en el norte de mi tierra, a solo hora y cuarto
de mi casa había un pequeño paraíso al que volví varios lustros
después para quedarme.
Hoy, nunca lo hubiera
imaginado, tengo un pequeño refugio a solo unos metros de ese
antiguo restaurante gateño y desde la ventana de mi habitación veo
todos los días que puedo ese mismo paisaje que tanto me embriagaba.
A veces tengo que pellizcarme para saber que no es un sueño: dando
un pequeño paseo de tan solo 10 minutos estoy dentro de un tupido
bosque de castaños y robles jóvenes. ¿Qué más puedo pedir?.
P.D. las fotos que acompañan el texto las hice hace tan sólo una semana, en diversos lugares de la Sierra de Gata extremeña.
Cerca de Villamiel, en la carretera a San Martín de Trevejo |
Castañar subiendo el Puerto Viejo desde Robledillo de Gata |
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