a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

martes, 10 de enero de 2012

yo tengo un darbuka


Yo tengo un darbuka. Por si alguien no lo sabe, es un instrumento de percusión árabe. Ni yo mismo tenía claro cual era el nombre del tambor que quería, de hecho hice el ridículo buscando lo que pensaba que se llamaba Jembé y resulta que se llamaba darbuka, fue en una tienda donde me explicaron la diferencia. El mio es de los baratos, me costó muy poco dinero, no necesitaba un superdarbuka, para tocarlo por mi cuenta y a mi forma me bastaba con uno humilde y vulgar.
El problema es que yo no soy un “womanero”, no soporto vestirme de hippy e irme a una plaza pública a aporrear vilmente un instrumento, aunque sea un trasto de mala calidad. Yo soy muy pudoroso y solo toco mi darbuka en la intimidad, si puede ser solo mejor. Como no quiero molestar a mi vecindario, el darbuka está en mi refugio de la Sierra de Gata, de donde lo saco para llevármelo al monte. Allí toco en soledad. No es un secreto donde aporreo mi instrumento: se me puede ver en el mirador de los muros, junto a Hoyos, también en el mirador de Torre de D. Miguel, o en la desolada carretera de Acebo al Puerto de Perales, en un pequeño apartado desde el que la vista es soberbia; también cuando acaba el verano y los domingueros escasean, busco tocar en la piscina de Perales.
Para ser autodidacta, no lo hago mal. Sin ortodoxia, toco en el darbuka ritmos ajenos al instrumento. Toco lo que sale, y a veces suena bien. Unas veces son ritmos africanos, otros árabes, otros irlandeses, otros balcánicos, yo que sé.
Siempre quise tener un darbuka. No sabía su verdadero nombre pero cuando lo veía pensaba que un día debería comprármelo. Tardé en decidirme pero al final se hizo realidad. En estos meses con mi instrumento ya ha habido cabida para anécdotas. Este verano, en pleno julio, después de haber pasado el día entero en la piscina de Hoyos decidí irme a tocar el darbuka al mirador de los Muros, junto a Hoyos. Desde allí disfrutaba de una bella vista mientras anochecía. Pasada una hora y ya completamente de noche, un coche de la Guardia Civil me cegó con sus faros y un picoleto me preguntó que hacía allí, a oscuras. No pareció contentarse con mi respuesta (estoy tocando un tambor a la luz de la luna, le dije) y me registró concienzudamente el vehículo husmeando después por los alrededores buscando posibles compinches. Hoy no puedo evitar una sonrisa al recordar al guardia con la linterna buscando delicuentes colaboradores y enormes fardos de droga, el pobre se tuvo que conformar con un par de gatos que habían estado escuchando mis atronadores ritmos tamboriles. Al final, mientras su compañero confirmaba mi identidad dentro del coche-patrulla, mantuvimos una curiosa conversación, estuvimos hablando de lo bonito que es el cielo lejos de las ciudades y de la pasión de los gatos por mi música (no es la primera vez que me rodea público gatuno cuando toco).

1 comentario:

Dunita21 dijo...

¡Hola! Me gustó mucho leer esta entrada, yo también tengo un darbuka pero casi no toco... también me gustó la parte final pues me imaginé los gatitos. Saludos :)