Estas entrañables
fechas siempre se me han atragantado. No voy a
repetir mis protestas del año pasado (ver entrada harto de la navidad) pero tampoco me voy a quedar callado ante la avalancha
de vulgaridad, mal gusto, consumismo estúpido y estética hortera
que todos los años nos asalta demasiado pronto sin preguntarnos ni
pedirnos opinión.
A pesar del asqueo que
destilan mis palabras, este año estoy decidido a disfrutar de mis
vacaciones y relajarme obviando en lo posible el contexto hostil.
Cuando mire a los balcones plagados de Papa Nöel, cuando alucine con
los escaparates de las tiendas chinas, cuando vea las programaciones
navideñas de televisión, no me revolveré ni me agriaré, me reiré
y pensaré que me están tomando el pelo, que no se trata sino de una
gran broma (de muy mal gusto, eso sí).
Quisiera añadir aquí
este bello villancico navideño de Extremoduro que un compañero me
recordó cuando el año pasado me quejé de la gran mentira navideña.
Es todo ternura, armonía, amor y solidaridad, todos ellos
sentimientos muy navideños. Por mi parte, os deseo una muy infeliz navidad y un penoso año nuevo, que todos vuestros deseos se vayan al carajo y no se cumpla ninguno. Esto último es broma, en estos días yo no le deseo nada a nadie, que cada uno que haga lo que le de la gana: si te crees que un profeta nació hace dos mil años, reza mucho; si te encanta consumir y ver luces, patea las calles y compra hasta la extenuación; si eres como yo, actúa como si no existiera y relájate.
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