a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

viernes, 18 de junio de 2010

¡a por ellos! ¿a por quién?


La crisis incendia a las masas contra los banqueros, los políticos, los especuladores o los sindicatos, pero pocos critican la pervivencia en tiempos difíciles de un deporte-negocio que hace un uso ultrajante del dinero y que golpea continuamente la dignidad del que no tiene.

Esos parados, esos sectores humildes son los primeros en irse a la tienda china más cercana para comprar banderas de su club o de la selección y gritar y llorar sus éxitos y fracasos. Cuando llevan un periódico bajo el brazo es seguro que es el Marca y si los descubres escuchando la radio probablemente es un programa deportivo que en un 90% se reduce a noticias futbolísticas. Si dos discuten acaloradamente no es sobre la polémica política económica del gobierno, sino sobre quién es mejor, Messi o Ronaldo.

Leer, escuchar o ver información sobre fútbol es una experiencia sobrecogedora que exige mentalizarse previamente. Es un periodismo ridículo, que convierte en trascendentes noticias estúpidas y recoge declaraciones simplonas de personajes vulgares que tienen más cobertura que cualquier presidente del gobierno.

El carácter primario, visceral, casi pueril del sentimiento futbolero llega a su paroxismo cuando hablamos de “La Roja”. Se que con estas palabras algunos de los pocos que siguen este blog lo abandonarán definitivamente, ¡que le vamos a hacer!.

Su eslogan “¡A por ellos!” es una mezcla de juego infantil y arenga bélica. Convertido en canción alcanza cotas inimaginables y me produce una tremenda vergüenza ajena. Pero eso no es lo peor, antes y después de los partidos de la selección escucho en todos los medios de comunicación la expresión “los nuestros” para referirse a ese puñado de niñatos corrompidos por el dinero cuya única virtud es saber dar patadas a una cosa esférica. No lo entiendo, los míos son mi familia, mis amigos, mis compañeros, mis alumnos, hasta mis enemigos, si los tengo, son míos; pero esos personajuchos de medio pelo elevados a los altares no son nada mío.

Y que decir de la profusión de banderas patrias que adorna nuestros pueblos y ciudades cuando gana la Roja. En un país en el que la enseña monárquica solo se ve en los organismos oficiales y las paradas militares, resulta agotador para mi vista que una bandera que no es la mía desluzca nuestras fachadas, generándome una sensación, cuando menos, inquietante.

Últimamente recuerdo, y espero que no me anatemicen por ello, lo bien que vivíamos algunos cuando la selección no tenía posibilidades y caía siempre en los octavos de final. A lo mejor vuelven aquellos tiempos, Dios proveerá.

Ocurra lo que ocurra con la Roja, el fútbol seguirá siendo un adormecedor de conciencias, un sedante que nos relaje y nos impida pensar.

2 comentarios:

Mabel dijo...

A mí no me perderás por este artículo, al revés, me has ganado para siempre. Siento que por ser mujer no me interesa el fútbol como tradicionalmente se ha considerado, pero ya veo que este detalle empieza a perder valor en nuestra sociedad, afortunadamente para hombres que no tienen este deporte-negocio como lo único que mueve las masas y desafortunadamente para mujeres que han entrado a formar parte de esta masa eufórica que se apasiona por algo que no cambiará para nada sus vidas. En fin, ayer, mi amiga Isabel y yo paseábamos por un Cáceres solitario, éramos casi las únicas personas que no estábamos pendientes de tal acontecimiento, nosotras y un grupo de niños que disfrutaban, ajenos al partido, de un cumpleaños, ¡aún los ocho años pertenecen a una infancia en la que el juego más importante es el
mismo juego y no la pantalla televisiva!

Juan Carlos Doncel Domínguez dijo...

Da gusto pasear por Cáceres mientras las hordas futboleras gritan desaforadas en bares y casas, ¿verdad?. Yo he aprovechado los dos últimos partidos para volver de la Sierra de Gata, ni un alma en la carretera, ¡que tranquilo conducía uno!. Antes de salir, mi vecino me señalaba la bandera de España que tenía en su balcón gateño y me decía ¡soy español!; no supe que responder, dije una frase aséptica y me fui pensando que en mi carnet de identidad también pone español pero eso no me hace diferente ni mejor a nadie.