a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

jueves, 13 de febrero de 2014

alegoría bélica


Soy asiduo visitante de un interesante blog  al que de vez en cuando aporto en forma de comentario algunas modestas reflexiones. En ocasiones coincido con su autor, otras vez no, pero siempre me enriquezco con sus entradas. Recientemente escribió sobre la tarea docente, sobre el sufrimiento y el miedo que en no pocas ocasiones bloquea a un enseñante y lo reduce a escombros. Me impresionó lo que contó y como lo contó. Sobrecogido, por no decir tocado en lo más profundo, respondí con un comentario en el que introduje una alegoría bélica para explicar como me sentía yo después de casi dos décadas como docente. Nunca he expresado mejor como me siento, azuzado por las sabias palabras que acababa de leer. Habrá gente que no lo entienda y estoy seguro que tengo compañeros que no se sienten así, pero también estoy seguro, segurísimo, que no soy el único al que esta profesión le ha pasado factura. Creo que esta alegoría bélica debe estar también en mi blog y por eso la reproduzco tal y como la escribí en su momento:


 Yo me siento como un soldado en una trinchera en la Primera Guerra Mundial. Llevo 18 años en el frente, entre trincheras inmundas, barro, tensión y miedo. Nunca me han mandado a la retaguardia, mi verdadero sueño y mi esperanza. No sé lo que es un destino tranquilo, en la garita de un ministerio de defensa, por ejemplo, siempre he estado en el frente, estuve en el Marne, en Yprés o en Verdún. La retarguardia es para enchufados, veteranos más antiguos que yo o héroes cargados de medallas, quizás conseguidas con dignidad, quizás con mezquindad. Yo no tengo enchufes ni tengo madera de héroe, solo saldré de las trincheras cuando el tiempo me convierta en un viejo soldado al que le dejen, por fin, retirarse a un buen destino, tranquilo, donde pueda seguir siendo soldado pero sin soportar el continuo traqueteo de las ametralladoras o el insoportable martilleo de la artillería. Cuando me hice soldado creía de verdad que era glorioso serlo, que iba a defender a mi patria y a los míos, que iba a ayudar a que ganaran los buenos. Hoy, entre mierda y barro, no lo creo. Hoy sigo aquí resistiendo solo por mi sentido del deber y porque quiero vivir y no morir. Y sigo también resistiendo porque hasta en las trincheras hay cosas buenas, el compañerismo, ver salir el sol después de días interminables de lluvia, treguas en las que te sientas a intercambiar cigarrillos con el enemigo y ves que son como tú, personas. Siempre hay luz, hasta cuando es noche cerrada.

No quiero dejar de ser soldado, solo sirvo para eso y algunos de mis "enemigos" dicen que no soy malo peleando, me conformo con ir sobreviviendo, disfrutar de los buenos momentos que siempre los hay. Todo esto mientras espero a convertirme en un viejo soldado y llega mi esperado traslado.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Es oportuna la alegoría bélica en este terreno. El docente participa en una batalla estratégica y resiste en ella por su pundonor, por su valor, por su entusiasmo, por su resistencia, aunque a veces el soldado ha de ser evacuado y llevado a un hospital de veteranos que sufren la fatiga del combate. Así me ha pasado a mí en un par de ocasiones. Algunos de nosotros estamos en primera línea y participamos en batallas especialmente conflictivas aunque no tanto como la de otros que son sustitutos cuya vida es especialmente cruda y tendente a la desmoralización. Ese estar siempre de paso es capaz de hundir la pasión con que se inicia esta andadura.

Me gustan especialmente tus intervenciones en el blog. Siempre pones de relieve asuntos pertinentes y esenciales. A veces no coincidimos pero eso no obsta para que podamos dialogar lo que es el principal objeto en este mundo ya periclitado de los blogs que son solo para adultos enamorados de la escritura.

Recibe un cordial saludo.

Juan Carlos Doncel Domínguez dijo...

Sin duda, esos sustitutos que van de centro en centro heredando lo que otros dejan tiene una vida peor. Gracias por tu comentario. Un saludo