a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

domingo, 12 de septiembre de 2010

fábrica de aprobados y expendedor de títulos


Esta semana llegó a mis oídos una historia ominosa que ocurrió hace ya algún tiempo: en un instituto cuyo nombre no importa y después de las evaluaciones de 2º de bachillerato, varios alumnos no consiguieron aprobar todas las asignaturas y algunos de ellos tendrían que repetir con una; los suspensos eran muy claros pero eso no intimidó a sus madres que no dudaron en interponer reclamaciones oficiales. Eran plenamente conscientes de que los suspensos de sus hijos eran justos, pero estaban decididas a conseguir en los despachos lo que sus hijos no habían trabajado en el aula. En sus miradas, en sus gestos y en sus palabras había exigencia y también reproche. Esos profesores afectados eran por todos conocidos: gente intachable, trabajadora, abnegada, que se habían dejado la piel por sus alumnos, habían invertido su tiempo y esfuerzo, habían luchado por ellos. Eso daba igual, esas madres sólo querían una cosa: el aprobado. A esas madres no les importaba si era justo, tampoco si su hijo aprendía a ser responsable de sus actos y a asumir sus consecuencias, tampoco que su hijo aprendiera y se convirtiera en una persona integral, más madura, más culta. Solo interesaba el aprobado.



Y es que yo creo que algunos estamos en la inopia. Los centros escolares son simplemente fábricas de aprobados y expendedores de títulos. Para muchos padres y para la administración educativa eso es lo único relevante. He conocido profesores nada profesionales, haraganes sin dignidad ni sentido del deber que abandonaron a sus alumnos a su suerte pero que pusieron un notable general; no recuerdo que recibieran ninguna reclamación oficial ni tampoco que fueran amonestados por la inspección educativa.

Si, como parece, un centro escolar es solo una fábrica, sería necesario aplicarle esquemas propios del capitalismo más riguroso: sería fundamental que los operarios fueran productivos, se trataría de obtener los mejores resultados en la producción con la menor inversión de tiempo y trabajo posible. Según este esquema, ¿merece la pena todo el esfuerzo y la dedicación de muchos profesionales de la educación?. Quizás bastaría con minimizar esos esfuerzos y centrarse en satisfacer, lo que resultaría muy fácil, la voraz demanda social de aprobados y títulos.Esta segunda opción nos convertiría es simples mercenarios y nos reduciría a escombros. La primera, seguir luchando, exigiría una fortaleza mental y una vocación a prueba de bomba.

No me gusta hacer el papel de plañidera y pasarme el día diciendo lo mal que está la educación y lo dura que es nuestra tarea en el contexto educativo actual. No es mi estilo. Solo quiero dejar sobre la mesa el abatimiento que en ocasiones embarga a este profesorucho de pacotilla que siempre estuvo en esto por vocación y que hoy se siente muy, pero que muy cansado.


2 comentarios:

jc dijo...

Gracias. Me he sentido acompañado. Si que hay momentos en los que el desánimo se apodera de las ganas y parece que el cansancio va a poder a la ilusión, pero..., sólo por ese padre/madre que un día agradeció que despertaramos en su hijo/a la ilusión por seguir formándose o aquellos que, casi sin querer, supimos motivar y que con el paso del tiempo hacen que mi conciencia esté tranquila seguiré siendo un trabajador, obrero, contratado,..., de una fábrica de aprobados donde se expenden títulos.

Juan Carlos Doncel Domínguez dijo...

Es verdad maisua19, todavía esto merece la pena. Al final del pasado curso, una alumna me regaló un libro y me escribió una emotiva carta agradeciendo todo lo que, según ella, había luchado por ella y todo lo que había aprendido de mí. Hoy, cuando el desánimo me embarga, releo esa carta y encuentro sentido a mi trabajo.