A mí nunca me gustó la música clásica, o mas bien nunca me interesó. Me crié en un ambiente popular, en una familia obrera del sur, en una casa en la se escuchaba flamenco, a Juanito Valderrama o El Cabrero y se interesaban por los programas de copla. Recuerdo cuando íbamos en el coche camino de nuestro baño en el río (en el Salor, en el Ayuela) en una época en la que a lo único que aspiraban los obreros en verano era a pasar un buen día de campo con nevera y chapuzón. Las vacaciones tal y como se entienden ahora no se contemplaban. Íbamos en el coche escuchando la música ya citada o canciones reivindicativas que gustaban a mi padre: música de la revolución cubana, canciones republicanas reeditadas en la Transición. Hoy, cuando las vuelvo a escuchar me recuerdan a aquellos tiempos en los que los ríos estaban llenos de vida y yo disfrutaba cogiendo renacuajos o buscando galápagos y persiguiendo grillos. Para mi gente la música clásica eran acordes extraños solo saboreables por ricos y culturetas de clase media de los que ellos estaban a años luz.
Pasó el tiempo y mi adolescencia se inundó de música cañera, de heavy metal. Hoy todavía cuando escucho The Trooper de Iron Maiden ("los maiden") me entra una euforia difícil de controlar, me vuelven a la mente aquellos días de instituto en los que nos escapábamos mis colegas y yo al mercado de Cáceres y algunos de ellos, bastante descontrolados y con mucha cara, robaban para mí el último casete de Accept, Iron Maiden o Judas Priest. Yo era un chaval responsable y empollón y no sabía donde meterme cuando me ofrecían la prueba del delito como un signo de amistad.
Como buen heavy, me costó abrir mi mente adolescente a nuevas músicas y, cuando lo hice, no amplié demasiado el espectro musical. Como otros cañeros, me empecé a interesar por el folk, especialmente de origen celta, también aunque en menor medida, por las músicas del mundo y algún que otro disco New Age. Siempre he me preguntado porque a muchos heavy cañeros les encanta el folk. De todos modos, seguí disfrutando de la caña, de la música dura, por entonces empezó Extremoduro y pronto me cautivó. Hoy, cuando escucho a los Chieftains, a la Musgaña, a Milladoiro, a Oskorri, a Wendall, regresan a mi mente muy buenos momentos de la época universitaria.
Después de la universidad, por fin, me convertí poco a poco en un individuo dispuesto a escuchar de todo pero seguí interesándome por la música dura. Siempre asociaré mis años de trabajo en las Hurdes con Marea, un grupo actualmente con gran vitalidad que nacía por entonces y que me dió a conocer un alumno. Me grabó cuatro canciones que yo martilleaba continuamente y que cuando hoy vuelvo a escuchar me recuerdan mis caminatas a solas por aquellas agrestes montañas, el olor a brezo y a pino, los caminos helados en invierno y las charcas frescas en verano.
Alguién que me ayudó a investigar nuevos terrenos musicales fue una buena amiga gallega con la que conservo una larga amistad y que sé que lee mi blog con frecuencia. Ella me dio a conocer Radio Clásica y durante muchos años me envió casetes de música medieval, renacentista y barroca con los que disfruté y aprendí. Uno que me encantó y que conservé como oro en paño recogía musica juglaresca medieval interpretada por Adolfo Osta y de la que reproduzco aquí una bella canción, la única que he encontrado en youtube de las que interpretaba ese autor en la citada cinta.
Desde hace años ese casete estaba perdido pero el otro día lo encontré por casualidad y me dispuse a escucharlo. Fue bestial. Volvió a mi el recuerdo el mejor y más intenso año de mi vida, ese año en que me independicé, empecé a trabajar y conocí a mi actual pareja. Hace de eso muchos años, corría el curso escolar 1996-97. Llevo varios días saboreando las canciones de Adolfo Osta con ganas, paladeando una música maravillosa que condensa en 60 minutos la mejor parte de mi vida.
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