Hace unos días tuve una interesante conversación con dos alumnas. Fue una conversación franca, abierta, agradable. Recuerdo que les comenté como me sentía, la desesperanza que me abatía en el campo profesional. Me respondieron con palabras muy bonitas sobre mi labor como profesor que cargaron mis viejas baterias, esas que cada vez con más frecuencia es necesario volver a cargar.
Desde hace algunos años noto un aumento paulatino de mi desesperanza como educador, la desesperante sensación de lo que les cuento o les digo no les interesa nada, se lo diga como se lo diga. Su aburrimiento se prolonga durante seis largas horas en las que la conflictividad es casi imposible que no aflore. Como profesional te ves embarrado en una ciénaga de cansancio, aburrimiento y también miedo, miedo a perder el control sobre unos chavales que están más cansados que tú. El otro día encontré una interesantísima reflexión en la red sobre los motivos que explican ese creciente abismo entre lo que interesa a los chavales y lo que les contamos. Recomiendo vivamente su lectura. Si nos acercamos a los alumnos, les escuchamos, nos sentamos con ellos y dejamos que se abran a nosotros nos lo dejarán bien claro: en su mundo no cabe la reflexión o el pensamiento, sino lo banal, lo inmediato, no cabe el sufrimiento o el dolor sino el disfrute. Esa actitud no puede atribuirse exclusivamente a la edad, sino también a una dinámica general que también afecta a los adultos y que se ha convertido en norma general de esta sociedad.
En relación con lo anteriormente dicho, observo con excesiva conciencia la cada vez mayor inutilidad de mi tarea profesional y el peligroso aumento de los periodos de crisis profesional en los que esa inutilidad se hace insoportable. Soy de natural alegre y buscó conservar la pasión que siempre ha caracterizado mi forma de transmitir conocimientos y valores pero, en ocasiones, me cuesta mucho, pero que mucho, seguir hacia adelante. Por eso la importancia de esas palabras bonitas.
Llevo días pensando que esto no puede seguir así, que tengo que buscar asideros que borren o por lo menos reduzcan los periodos críticos y sus efectos. Lo primero debe ser, eso lo he pensado siempre, no dejarme llevar por la autocompasión, no convertirme en un perro lastimero, no lloriquear por las esquinas, pero hasta eso cuesta cada vez más. Lo segundo es no dejarse llevar por una interpretación catastrofista: aunque esto esté hecho una mierda no podemos repetirlo continuamente y no nos lleva a ningún sitio llegar a la conclusión de que esto es una mierda. La aparente solución sería adoptar como propia una visión idealista, ser muy positivo y creer que todo se puede arreglar: juntos podemos hacer de la educación una experiencia maravillosa, hay un gran futuro por delante. Sin embargo, mi natural escéptico y mi visión descarnadamente realista del mundo que me rodea no me permite asumir esa visión del futuro, me resulta fantasiosa, casi pueril. Queda una última posibilidad, pasar de todo, que todo te resbale. Lo he intentado pero no puedo, soy educador por vocación, soy incapaz de desvincularme de mis alumnos, de no sentirlos cerca, trabajo con personas y me niego a deshumanizarlas.
¿Qué hacer? no tengo ni idea. De momento, pretendo ganar pequeñas batallas, conservar lo que me queda, no perder los restos de pasión, seguir escuchando a mis alumnos, escarbar en su conciencia social dormida, ofrecerles trato humano y cuando la desesperanza me embargue, recordar esas y otras palabras bonitas.
5 comentarios:
Hay mil una razones para que veamos el vaso medio vacío, y otras tantas, como no, para verlo medio lleno.
Son los ojos los que modifican el contenido del vaso, y uno que comparte contigo cuestiones y trabajo, se permite decirte que esto de los vasos, llenos o vacíos, no importa tanto, lo que realmente importa es ver vasos, y tu, querido compañero, los ves. Todo mejorará, no tengo la menos duda, un abrazo
Nada me gustaría más, Martín
Estamos condenados a repetir los errores de la Historia. Como especie racional dejamos bastante que desear. Todo avance, mejora o innovación, por si mismo, debería mejorar la calidad de vida de todos –un “todos” éste planetario-, sin embargo siempre ha habido, hay y habrá quienes contaminen con sus actos los, llamémoslos, movimientos positivos. Ahora estamos inmersos en la época de la banalización, se elevan a los altares las innovaciones tecnológicas (sean de lo que sean) y se estimula un sentido no lúdico sino mezquino de la existencia, todo ello debidamente alentado por, por poner un ejemplo, muchas cadenas de televisión y, no lo olvidemos, quienes las controlan. Aunque tal vez suene exagerado, el único medio de lucha positiva (movimiento positivo) contra toda esa desidia y pasotismo inyectado en vena a los jóvenes es el de ofrecer una educación digna: humana, razonada y razonable. La lucha es, por desgracia, solitaria y casi siempre oculta a los ojos de los ciudadanos (incluidos los propios padres de esos alumnos). Solo queda el consuelo de saber que, de todo ese tiempo dedicado a la siembra, más pronto o más tarde surgen prometedores brotes de cordura y madurez humana. Escaso consuelo, tal vez. ¿Merece la pena?, creo que sí. ¿Algún remedio para el desánimo?: no sé, tal vez la convicción del trabajo bien hecho.
Un saludo.
Nota: Su blog me parece francamente bueno y de calidad.
Gracias por leer este blog, Paco. Está claro que la única solución es ser lo más positivo posible. También es verdad que nuestra tarea deja huella, aunque sea poca. Esto merece la pena aunque sea por el cariño que te demuestran muchos alumnos y lo que aprendemos de ellos, que también es mucho. Pero me reconozco cansado, demasiado esfuerzo e ímpetu, demasiada lucha, estoy cansado aunque nunca cambiaría este trabajo por otro. No me veo haciendo otra cosa. Saludos
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