El modelo ideal de vida con el que nos bombardea la sociedad capitalista-consumista es el del centro comercial: una imagen de una persona sonriente y exitosa, cuya felicidad se fundamenta en el consumo, en un contexto físico artificial y muy acompañada, continuamente rodeada de muchos otros individuos de su especie. Esta sociedad niega lo sucio, lo feo, niega la tristeza, el sufrimiento, el fracaso, minusvalora el sacrificio y la resistencia. Y también niega la soledad. Si una persona está sola es una fracasada y si una persona busca la soledad como una opción, aunque sea momentánea, la cuestionan y la juzgan. Y la soledad, cuando es deseada y no obligada, es saludable, higieniza, permite encontrarse con uno mismo y descansar de todo y de todos y, por supuesto, también permite a los demás descansar de uno.
Esta foto la hice hace un par de sábados. Pasé buena parte del día solo, en el monte, bajo una llovizna fina que resultaba acogedora ante la ausencia casi absoluta de viento. Cuando hice la instantánea con mi vieja cámara estaba sentado entre castaños jóvenes que crecen dentro de un bosque de pinos. Las hojas de los árboles frenaban la llovizna y la reconvertían en gruesos goterones que bombardeaban la superficie. Aposentado en el suelo mojado pasé más de una hora, solo, lloviendo, en el bosque. Primero pensando, luego poco a poco me fui relajando hasta que, sentando como un buda, me dormí.
Pensé en muchas cosas. Me acordé de mi padre, pensé en la soledad, pensé en que la huelga va a fracasar (demasiada gente que no puede o tiene miedo), pensé en lo difícil que es enseñar valores en una sociedad a la deriva, pensé en que pronto comenzaba el plazo del concurso de traslados y yo odio los papeles, pensé en lo ricos que estaban los churros que me comí a primera hora de la mañana en el cercano Hoyos, pero, sobre todo, estuve un buen rato dándole vueltas a dos cuestiones:
La primera es que el ser humano es de forma natural reaccionario y conservador. Si no intervienen otros factores que atenúen su instinto, los hombres tienden a guiarse por las vísceras y no por el corazón y, menos todavía, por la razón. Como especie, nos consolamos siendo caritativos, pero en nosotros anidan sentimientos viscerales: las patrias, el miedo y el rechazo al otro, los prejuicios más burdos, el egoísmo. Y a estos sentimientos apela la derecha ideológica, por eso goza de excelente salud y de un prometedor futuro en un mundo convulso.
La segunda idea, en relación con lo que he dicho antes, se refiere a la caridad, que no me gusta. Unos días antes mi madre me contaba admirada que un señor mi rico había donado veinte millones de euros a Cáritas. Me informé, el señor en cuestión era Amancio Ortega, dueño de Zara. Su caridad paliará el sufrimiento de miles de personas un tiempo pero no solucionará nada. Si a este señor le hubieran subido los impuestos y le hubieran obligado a pagar esos millones como una imposición justa por su desmesurada riqueza, hubiera estallado presa de la cólera. Sin embargo, no tiene ningún reparo en donarlos gentilmente en prueba de su ilimitada bondad. En el primer caso esos veinte millones no serían suyos, serían de la sociedad que se los exige en concepto de contribución obligada a la colectividad. En el segundo caso, esa cantidad es suya y solo suya, pero él, digno ciudadano de bien comprometido donde los haya, sensible ante el sufrimiento, muestra su caridad ofreciéndolos a los pobres desvalidos. Los pobres siempre han sido útiles, y ahora más que nunca.
Cuando justicia social retrocede avanza la caridad. Pero no nos equivoquemos, la caridad no como forma de paliar las consecuencias del deterioro de la justicia social, sino como una verdadera alternativa ideológica a ella. Los que tienen están hartos de impuestos redistributivos, hartos de servicios universales, hartos de igualdad de oportunidades, y quieren segregar, colocar a cada uno en su sitio, ofreciendo, en su magnanimidad, caridad, CARIDAD CON MAYÚSCULAS.
Y en eso pensaba..... cuando me dormí entre castaños y pinos, solo, lloviendo y en el bosque.
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