Me gusta leer a Carlos Boyero en El País. El pasado sábado reflexionaba sobre el fin de CNN+ y su significativa sustitución por un vergonzante Gran Hermano 24 horas. También lo hacía sobre los cambios en nuestra sociedad, que parecen alcanzar una velocidad vertiginosa, y decía lo siguiente:
Los tiempos no sólo están cambiando, sino que lo hacen a toda hostia. Y pobre del que no se adapte a esa continua revolución.
Pienso en ello observando en la calle, en los viajes, en los parques, en los bares, a cantidad de personal mirando obsesivamente la pantalla del móvil, el ordenador, el iPad, los más sofisticados. Deduzco que en su casa hacen lo mismo, con el añadido de la tele. Con lo bonito que es mirar el paisaje, los rostros, las nubes, el vacío, las musarañas. Qué miedo los cambios.
Como Carlos Boyero, soy plenamente consciente de los cambios y su ritmo desmadrado. Me cuesta asumirlos pero acepto que no tiene ningún sentido oponerse a ellos. En lo que pueda trataré de adaptarme a la nueva situación. Hoy escribo estas palabras en mi blog y luego las publico en facebook, ¡quién me lo hubiera dicho hace sólo 4 ó 5 años!.
Pero tengo miedo de que esta vorágine tecnológica nos aisle de nuestro entorno y nos ciegue los sentidos, olvidando definitivamente lo que es mirar, oir, tocar, oler, que perdamos el contacto con la naturaleza y la capacidad de valorar las cosas sencillas, que son gratis y necesitan baterías ni cables.
Aunque mi inserción en la sociedad tecnológica progresa adecuadamente, me niego a determinar mi vida por el ritmo que impone el correo electrónico o el facebook. El primero no lo abro todos los días y el segundo sólo lo uso para difundir lo que escribo en mis blogs. Sigo siendo un hombre de radio, que ve poca televisión (informativos, documentales, alguna película) y disfruta escuchando un extraño y anticuado aparato que para los jóvenes sólo sirve para escuchar música en el coche. Me declaro incapaz de ver una película en el ordenador (y conste que lo he intentado) y creo que me resistiré hasta donde alcancen mis fuerzas a leer a José Saramago en un libro electrónico.
Supongo que para muchos sería inconcebible hacer lo que yo hago a menudo cuando escapo a mis montañas de la Sierra de Gata (que son de todos, pero también mías). Me dedico precisamente a seguir las recomendaciones de Carlos Boyero, a ver paisaje, nubes, a pensar en las musarañas y sentir pasar el tiempo lentamente. Este sábado pasado, con temperaturas bajo cero, disfruté de la radio sentado en mi mesa camilla al calor de un reconfortante brasero mientras veía los robles desnudos desde mi ventana y esbozaba estas reflexiones. Como siempre hago en las tardes de invierno, me acerqué a Hoyos, al bar El Redoble, y busqué una mesa para poder abstraerme en la lectura del periódico mientras sorbía una infusión con limón. A veces me aislo, pero otras veces disfruto analizando los rostros y actitudes de la fauna humana que visita el bar. Luego, ya de noche y abrigado hasta las cejas, paseé por el viejo Hoyos, por sus calles llenas de historia, vacías, sólo algún gato maullando. Mientras recorría en penumbra las ruas desiertas y el aire helado acariciaba mi cara, pensaba en las musarañas, en nada concreto. Más tarde en Gata, una agradable conversación con mi vecinos, sentados de nuevo entorno a un brasero. No hablamos de historia ni de física cuántica, tampoco de la última innovación de Apple, ni falta que hizo.
Al día siguiente, después de dormir con tres mantas y un edredón, como cuando era pequeño y no sabía lo que era vivir con calefacción, acabé con los restos del periódico del día anterior mientras comía los últimos churros de la churrería de Hoyos, la única de la zona. Después, a media mañana, mi tradicional ruta de campo: transité durante cerca de tres horas entre robles, castaños y olivos, con frecuentes paradas para ver el paisaje y pensar, sin más.
Para muchos, este fin de semana pudo ser un desperdicio, para mí fue perfecto. En el futuro, atados a móviles y redes sociales, serán muchos a los que faltará "atranquijo", paciencia y asiento para poder "soportar" un fin de semana a cámara lenta y sin teclados que tocar y baterías que cargar. El mundo habrá mejorado muchas cosas, pero habrá perdido otras, demasiado valiosas.
2 comentarios:
Que no te asusten los cambios. Acuérdate de Heráclito y el río. Los cambios son la esencia de la vida, la sal que la condimenta.
Es cierto que todo "fluye" muy deprisa, pero acaso el tiempo no. Salud.
Juan carlos tus opiniones me ponen los pelos de punta. (En el sentido literario de la palabra) de forma positiva, por supuesto.
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