Mi relación con mi tierra extremeña es una relación de amor-odio. Quiero su paisaje, sus encinas y sus alcornoques, sus sierras agrestes, sus maravillosas montañas norteñas. También aprecio la sencillez de sus gentes, que son mi gente, sus pueblos de ritmo lento y tranquilo, me gusta su habla, lejos de la exageración andaluza y la pulcritud castellana, y respirar su aire limpio, aunque puede que por poco tiempo. Y siento ternura por una tierra desgraciada que tanto ha sufrido, siglos sufriendo, una tierra de hambre y desigualdad, donde la mayoría de la población fueron jornaleros y aparceros sin derechos, esclavos en la modernidad.
Pero también la odio, porque no supo conservar su memoria, porque se sometió y se arrodilló por completo después de los años de ilusión republicana. Se avergonzó y asumió la doctrina de los vencedores: colapsada por el miedo y el hambre se convirtió en la "reserva espiritual de España" y todavía lo es. Reniego de ella porque aquí el catolicismo más rancio y la tradición más opresiva campan a sus anchas, porque la modernidad y la apertura de miras apenas asoma por las rendijas, porque el nacionalismo español cejijunto, esa patria que solo nos dio látigo y hambre, tiene aquí su principal reserva.
Algunas veces he pensado en irme de aquí, algunas veces pienso que aquí no pinto nada, que no encajo en este pequeño rincón olvidado de Europa. Pero ¿adónde voy a ir? yo nací aquí, los míos en muchas generaciones son de aquí y tengo mucho que decir aquí. Si los que vemos las cosas a través de otro cristal nos vamos, ¿qué quedará?; por otro lado, ¿qué voy yo a enseñar en un instituto del extrarradio de Madrid o de las montañas de Asturias?. Aquí, entre mi gente, puedo transmitir memoria y recuperarla. A mi gente la conozco, sé como respira aunque no me guste; los padres de mis alumnos se criaron como yo, sus abuelos vivieron como mis padres, sus bisabuelos como mis abuelos.
No me iré, aquí me quedaré para recordar que no siempre fuimos gallinas, también volamos como halcones. Un día tuvimos dignidad, nos alzamos del suelo y miramos de frente, muchos clamaron por la tierra que era suya y con un puñado de escopetas se enfrentaron a hordas legionarias sedientas de sangre y, muchos, ante el pelotón de fusilamiento, se negaron a arrodillarse ante la cruz que les iba a matar. Me quedaré también para dar testimonio, con mi ejemplo, de que otra forma de entender las cosas es posible, que mis alumnos tienen que conocer la diversidad, la pluralidad y aprender a valorarlas y tolerarlas rompiendo las cadenas de una sociedad tan penosamente homogénea y anticosmopolita. Qué sepan que hay otros mundos, otras formas de pensar, otras creencias, otros prismas y, sobre todo, que no hay que ser sumiso y tener criterio propio. Como decían los viejos luchadores de antes, en un lenguaje que reconozco ya trasnochado pero mágico, "nunca agachar la cabeza ante un señorito ni asumir las mentiras de los opresores".
Sí, me quedo en mi tierra. Aquí tengo mucho que hacer.
2 comentarios:
Comprometido, chaval. Cuenta que no estás solo! Un abrazo.
Como decía la abuela a la protagonista en el maravilloso libro "Espuelas de papel": siempre hacia adelante, aunque que haya que espolear al caballo con espuelas de papel.
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