El año pasado tuve la suerte de hacer dos lecturas que hoy considero impresdicindibles: Las Benévolas de Jonathan Littel y Vida y Destino de Vasili Grossman. La primera relata las peripecias de un oficial de las SS, culto y refinado, durante la Segunda Guerra Mundial. Es una obra densa, en cuya lectura se agradecen los conocimientos previos sobre ese periodo histórico y la estructura de las SS. La parte que acontece en el frente del Este, en Ucracia, Cáucaso y Stalingrado está logradísima, engancha y sobrecoge, es como ver una película en 3D, parece que estás allí, acompañando al protagonista. La obra de Grossman es diferente, lanza sobre el tablero multitud de personajes que interrelacionan en la Unión Soviética de la Segunda Guerra Mundial: viejos bolcheviques en campos de concentración nazi, revolucionarios encarcelados por la locura estalinista, torturadores torturados, científicos asfixiados por el clima político enrarecido, comisarios políticos detenidos, militares, etc.
La lectura de estos monumentos (cada uno tiene más de 1000 páginas) no me dejó indiferente y reafirmó mi absoluto rechazo a toda forma de totalitarismo político. Los totalitarismos llegan en su desquicie mucho más lejos que un simple régimen autoritario: este aspira a movilizar a una parte de la población y a forzar la pasividad del resto, aquellos exigen un despliegue coercitivo imponente que persigue anular todas la voluntades y encuadrar a toda la población haciéndola formar parte de un engranaje que pretende volatilizar al individuo. Littel nos avisa: no hace falta ser una persona abyecta y despreciable para terminar asumiendo ese engranaje, puede ser cualquiera, yo mismo o tú que lees estas palabras. Grossman es menos frío y más idealista pero también muy eficaz, y conoce el terreno que pisa. Alguno de sus personajes sólo es posible bajo un régimen totalitario: Abarchuk, bolchevique convencido, está internado en un campo de concentración stalinista pero aún así sigue aceptando sumisamente la situación, sin cuestionar nada, creyendo incluso que "el padrecito Stalin" tiene sus razones y nunca se equivoca. En un lugar infernal, en medio del frente de Staligrando, Grossman sitúa la casa 6/I, un lugar donde la muerte segura inmuniza a sus resistentes frente a los miedos y amenazas que lejos del frente inmovilizan a todo un país; a pesar de que están aislados y les queda poco tiempo, el Régimen no puede permitir una pequeña isla de libertad que escapa a su estricto control.
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