Acerca de la familia real soportamos continuamente los mismos comentarios, se trata de una verdadera mitología, pueril, con poco de verdad, que resuena en nuestras cabezas como un mantra. Sus majestades son muy campechanos, muy naturales, no tendrían por qué pero son cercanos y afables, rompen con frecuencia el protocolo para acercarse a su pueblo, que los adora y les aplaude por donde van. Son deportistas y dinámicos; como cualquier otro español disfrutan del esquí, la vela o la equitación. Son cultos y tienen inquietudes solidarias. Además, han sufrido mucho, tanto la familia real española como la griega tuvieron que vivir el exilio; Juan Carlos nació en Roma, mientras que Sofía ha permanecido mucho tiempo sin pisar su país. En las encuentas aparece siempre, con diferencia, como la institución más valorada, con cifras alucinantes que recuerdan al apoyo popular que según la prensa oficial tienen los dictadores en los regímenes autoritarios.
Si la monarquía española fuera una institución tan asentada y estuviera tan legitimada como dicen, ¿sería necesario que escucháramos estas absurdeces?. La imagen que dan las crónicas sobre la familia real nos sitúan ante personajes perfectos, individuos exentos de mancha alguna, un dechado de virtudes.
Como historiador esta visión escandalosamente idílica de los monarcas me parece un insulto a la capacidad crítica del ciudadano y un acto burdo y soez de propaganda. Esa imagen con la que nos taladran no es verdadera. Sin periodistas ni cámaras delante son arrogantes y distantes, los deportes que practican no son los que practica la mayoría de la población, sus inquietudes solidarias recuerdan la falsa caridad cristiana de la que hacían gala las clases altas en otras épocas. Su exilio tuvo causas muy de peso de las que poco se habla: en España los dos únicos periodos democráticos de nuestra historia anteriores al actual obligaron necesariamente a forzar el exilio de los borbones, nada partidarios de veleidades democráticas; en Grecia la proclamación de la república estuvo relacionada con la vinculación de la monarquía con la dictadura de los coroneles. Según las encuentas, en este país no habrá hoy más de un puñado de miles de desagradecidos españoles que no quieren al rey, pero parece que todos (más algún extranjero que hacía bulto) estuvieron en los últimos partidos de la Copa del rey que enfrentaron a equipos vascos y catalanes. Penoso fue el comportamiento de la televisión pública censurando el abucheo que sufrió.
¡Que decir de sus logros políticos!, antes que gran benefactor fue apadrinado por el dictador Franco y puesto bajo su tutela, siendo nombrado su sucesor y heredero en la jefatura del Estado. Por otro lado, nunca sabremos que es lo que realmente pasó por su cabeza en las interminables horas que tardó en actuar el 23 de febrero de 1981. En todo caso una cuestión es para mí sustancial: el objetivo del monarca con su política aperturista en la Transición (1976-1982) no fue lograr la democracia sino conseguir la estabilización definitiva de la institución monárquica y dotarla de una legitimidad de la que careció hasta entonces. La democracia no fue el fin y objetivo fundamental, sino un medio para conseguir la verdadera aspiración: se trataba de no cometer los torpes errores de sus antepasados y lograr la preservación de la monarquía a medio y largo plazo.
Puedo asumir que se justifique la monarquía como único medio para lograr la convivencia y la estabilidad (la derecha española jamás hubiera aceptado ni aceptará otro régimen político) pero me cuesta digerir que se pretenda asentar su solidez sobre un discurso propagandístico ridículo e insultante que, sin embargo, lentamente está logrando calar en la sociedad española, haciendo cierto el dicho de que si repites cien veces una mentira terminará convirtiéndose en verdad.
2 comentarios:
Te acuerdas de aquella canción..."Erase una vez un lobito bueno...todas esas cosas había una vez cuando yo soñaba un mundo al revés."
Salud
Sin duda, un gran trabajo reflejando una gran realidad, un tema lleno de interrogantes sin respuestas aparentes, que sufren la censura y el deseo del olvido.
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