Para olvidar un poco la crisis y la iniquidad de los malvados que nos gobiernan, nada como una inmersión en el mundo rural. Paz, sosiego, tranquilidad.
El sábado andaba yo por la Sierra de Gata, mi segunda casa. Estuve dando un corto paseo en busca de castañas y luego me senté sobre un muro de piedra para dar buena cuenta de ellas. Las castañas no me apasionan pero disfruto pelándolas con mi navajilla mientras observo el paisaje y me acaricia el suave sol de otoño. En esto que apareció un viejo pastor con su pequeño rebaño de cabras: ¡iiiipa! ¡iiiiiipa!, briiiiiii, briiiiii. Hasta aquí una tarde muy bucólica. Nos saludamos y rebaño y pastor siguieron camino abajo.
Un rato después abandoné mi aposento y busqué una nueva ubicación que continuara calentada por el sol que iba retrocediendo inexorablemente. Poco después volví a escuchar a cierta distancia al rebaño, que se movía entre higueras, parras y olivos en una zona de huertos. Quizás el pastor no sabía de mi presencia o tal vez le importaba un pimiento, lo cierto es que resultó curiosa la escena de la que disfruté a continuación: el pastor luchaba cabreado contra las obstinadas cabras, indisciplinadas en su busca obsesiva de alimento. He visto muchos cabreros peleándose con sus animales, pero este se llevaba la palma, las amenazaba con su palo o les tiraba alguna piedra mientras les lanzaba continuamente improperios que fuera de contexto hubieran resultado desproporcionados y dotaban a la escena de un sesgo casi esperpéntico propio de un programa de humor (reproduzco literalmente): "cago en dios, si te cojo te mato", "biiiichas, dejad de jartaos de higos", "que te, que te, que te....", "la madre que os parió", "la puta de la cabra, siempre la misma", "so puta, te muelo a palos", "esta tarde, me cago en dios, os macho la cabeza", "asquerosa, como te coja te machaco".
Me reía viendo la escena a distancia mientras pensaba que hoy nosotros somos como esas cabras. Solo queremos comer y si nos salimos del camino trillado, si desobedecemos, cae sobre nosotros la amenaza, el insulto y, si es necesario, el palo.
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