Yo no estoy aquí para escribir lo que la gente quiere escuchar, y menos para repetir como un estúpido el discurso oficial. Por eso escribo estas palabras.
Estos días se celebra en Cáceres el Womad, festival de música del mundo que pretende servir para acercar culturas educando en la tolerancia y el mestizaje, ¡qué bonito!. Creo que consigue muy poco de lo que pretende y a su vez es clara muestra del fracaso en su objetivo último.
Hoy el Womad es solo un macrobotellón donde un montón de niñatos se emborrachan y porrean mientras alguien coloca un hilo musical gratuito cada vez de peor calidad, todo ello acompañado de un variopinto y exótico muestrario de neohippies, alternativos, perroflautas y neorurales. Y ahí queda todo. La multiculturalidad se reduce a lo exótico y a lo superficial: el folclore, los tambores, más tambores, y venga tambores. Lejos de calar en la sociedad, de impregnarla hasta lo más profundo, el primigenio espíritu del Womad es cada vez más hueco y ha sido reinterpretado para convertirlo en nada.
Hoy la ultraderecha racista se adueña de la vieja europa, el discurso xenófobo cala en amplios sectores conservadores y la izquierda se niega a aceptar el problema inmigratorio y de integración repitiendo continuamente que no existe. Hoy el discurso visceral de la derecha más reaccionaria, que apela a las tripas y nunca a la conciencia y la razón, está logrando abducir a las masas populares, a los sectores más humildes de la sociedad. Esas gentes sencillas son las que compiten con los inmigrantes en todos los campos; compiten y conviven con ellos. Son las personas con menos capacidades las que "sufren" las consecuencias más negativas del incontenible proceso inmigratorio. Es muy fácil para un culto y educado miembro de la clase media decir que él no racista y mostrarse tolerante y "womanero": su vecino de al lado no es marroquí y su hijo no estudia en un centro público donde el 50% de la población es inmigrante y pobre, su hijo mayor no compite con los inmigrantes por el mismo tipo de trabajo basura y nunca se sienta en la cola de un atestado centro de salud pública del extrarradio donde más de la mitad de los pacientes es inmigrante. Hace poco aparecía en la televisión una vieja mujer del sur de Italia cuyo rostro estaba comido por la pobreza y el duro trabajo y que respondía a la periodista ante las acusaciones de racista motivadas por los ataques sufridos por los campamentos de inmigrantes en la zona de Nápoles: "Esto no es racismo, yo no soy racista, esto es una lucha por los recursos, es una lucha por el pan entre pobres".
Mientras la izquierda ningunea el problema y se empeña en negar los evidentes problemas de integración que está generando la inevitable ola inmigratoria, la derecha logra fácilmente apoderarse de amplios segmentos electorales que nunca le pertenecieron. Sin duda, este tema es una de las causas, aunque no la única, del avance continuo de derecha y ultraderecha y de la conservadurización política de la vieja europa.
Un ejemplo de la estrategia conservadora está en la Comunidad de Madrid. Es sencilla y a la vez astuta: el deterioro de la sanidad pública en Madrid es palpable, la mengua de los recursos que a ella se dedican también; sin embargo, el gobierno regional conseguir convencer a usuarios españoles del sistema público (que son sólo pobres, obreros e inmigrantes) que el empeoramiento de la asistencia sanitaria es fruto del abuso de la creciente población inmigrante. El razonamiento es la hostia, no solo consigo que las clases populares no me cuestionen por mi ataque a la sanidad pública sino que logro su apoyo cada vez mayor al convencerlos de que sus vecinos inmigrantes son los culpables de todo y que yo soy el único capaz de solucionar el problema.
Y es que Europa ha fracasado en sus políticas de integración y el multiculturalismo se ha convertido en una quimera. Que mejor ejemplo que Francia; la Francia republicana, cuna del ciudadano, ha sido incapaz de lograrlo. En nuestro País carecemos del espíritu de Francia, de su sentido de Estado y ciudadanía, carecemos de su fuerza, por eso aventuro que aquí el fracaso será mayor. Como mucho podremos aspirar a la COEXISTENCIA, pero no a la CONVIVENCIA, conceptos muy diferentes.
Ante esta gravísima situación, amplios sectores de la izquierda reaccionan con un discurso simplón revestido de una mezcla de ingenuidad y estupidez. Unos niegan problemas de integración, otros no hacen nada por suavizar el inmenso peso totalmente descompesado que en este tema asume la enseñanza pública, otros reaccionan frente a los sectores conservadores católicos convirtiéndose en adalides de la causa del pañuelo islámico o se muestran compresivos con comportamientos contrarios a los derechos humanos simplemente justificándolos en la tradición y la cultura del inmigrante. Un ejemplo de esta política errática y ciega de la izquierda es la ya trasnochada "Alianza de las Civilizaciones": en esta bobada diplomática, Zapatero fue de la mano con el primer ministro turco, por todos conocido como un islamista moderado que está llevando a cabo un derrumbe controlado y camuflado del estado laico turco; es decir, todo lo contrario de lo que en teoría pretendía (y digo pretendía, pues ya se olvidó de ello) nuestro presidente en España.
En todo esto hay una única cosa clara: seguirán viniendo, y cada vez serán más, porque los necesitamos en nuestras envejecidas sociedades, porque la pobreza es el más poderoso de los ejércitos y no podemos ponerle puertas al campo. Por eso estamos condenados a entendernos o por lo menos a coexistir. Sobre estas últimas reflexiones va esta maravillosa canción de Joan Manuel Serrat, si tenéis tiempo escucharla, apareció hace veinte años pero sigue vigente.
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