a mi padre, que murió soñando con un mundo más justo

miércoles, 1 de septiembre de 2010

una inmensa gama de grises

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Hace poco tiempo una amiga a la que quiero mucho me amonestó seriamente por alguno de los escritos más combativos e incendiarios de mi blog: faltaban los matices, había una tendencia evidente hacia el maniqueísmo y se generalizaba excesivamente. Reconocía que otras entradas le gustaban más e, incluso, para compensar, alababa alguna. Se lo agradezco, pero no hacía falta, nuestra amistad y conocimiento mutuo es suficiente para que no sea necesario ningún equilibrio, ninguna compensación. Siempre valoraré como inestimable cualquier opinión que de ella venga, sea cual sea.

Quién me conozca, y ella me conoce, sabe que ni soy maniqueo, ni gusto de la simplificación de una realidad maravillosamente compleja como la que vivimos. Siempre se lo digo a mis alumnos: huid de quien os cuenta verdades absolutas, de quien os dice que solo hay una historia verdadera que explicar y aprender. Sed críticos, debatid, polemizar. Zafaros de quien os relata leyendas de buenos buenísimos y malos malísimos, de quién solo asume que el mundo es blanco o negro. La realidad se resume en una inmensa gama de grises, el blanco y el negro simplemente no existen.

Ni en los escritos más polémicos yo pretendo simplificar la realidad, solo busco polemizar, generar debate. Que uno defienda con ardor, con impetú sus planteamientos, no significa que niegue al otro su derecho opinar diametralmente opuesto. Mis opiniones son solo mis opiniones, más o menos combativas, no son ninguna verdad absoluta, son solo mi verdad, la de un simple mortal plenamente consciente de que esa verdad es compartida por muy pocos pero que siempre exigirá el derecho a generar conflicto dialéctico. Un ejemplo es mi entrada sobre Aznar de finales de junio de 2010. Su comienzo es duro, quizás hiriente aunque sin pretenderlo, pero si leemos hasta el final (me consta que muchos no terminan el artículo, lo abandonan antes sobresaltados) verán que no hay dioses ni diablos. Aznar es para mí un personaje "peligroso" pero la izquierda no constituye un dechado de virtudes, no es ninguna panacea, más bien una alternativa digna de lástima.

En este país falta cultura democrática, no estamos acostumbrados a "zumbarnos de lo lindo" en el juego dialéctico; enseguida lo convertimos en algo personal, levantamos la voz, nos ponemos colorados y, finalmente, o nos damos la vuelta y nos vamos aireados o directamente insultamos y terminamos enfadados. Así ocurre con frecuencia cuando nos enzarzamos en un debate político.

Salvo en casos extremos, el problema no son las ideas que defendemos sino como las defendemos. Yo reivindico el derecho a generar controversia y polémica sin que por ello los "contrarios" se sientan agraviados, y admitiré y asumiré siempre sin acritud que otros me cuestionen y rebatan. No siempre ocurre así. En una ocasión, en un debate nacido de forma espontánea en la sala de profesores de un instituto, surgió una fuerte discusión sobre la entidad cultural catalana: mi postura era la más cuestionada y, al parecer, la más "anormal", pero la defendí con respeto, sin voces. Sin embargo, un compañero, de ideas más moderadas, se negó a aceptar que yo pudiera opinar así y rechazó mi derecho a hablar y argumentar. Fui sometido, allí mismo, a la intolerancia de una mentalidad totalitaria que defendía sus ideas de forma profundamente irrespetuosa, a voces, impidiendo mi libre ejercicio de la opinión. En el fondo, él sentía que, al menos en esta cuestión, solo existía una verdad y que yo no tenía derecho a tener la mía.

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