Es difícil asumir que la política exterior de la primera potencia mundial y la estabilidad planetaria estén determinadas por los intereses y decisiones de un pequeño país que sólo tiene un puñado de millones de habitantes.
Ese país se llama Israel y es el único estado del mundo que goza de total inmunidad e impunidad. Tiene armas nucleares pero no ha firmado ningún tratado de no proliferación nuclear ni ha declarado su potencial; ningún país ha incumplido tantas resoluciones de las Naciones Unidas; puede llevar a cabo asesinatos “selectivos” en cualquier lugar del mundo sin tener que dar ninguna explicación; puede ocupar indefinidamente tierras que el derecho internacional no considera suyas y puede hacerlo sin asumir su responsabilidad como potencia ocupante; puede someter a un pueblo a una humillación perpetua y puede alegar defensa propia para aniquilar cualquier resistencia de ese pueblo; puede asfixiar lentamente a un millón de personas que se hacinan en el mayor guetto de la Historia (franja de Gaza) y luego denominar terroristas y machacar sin piedad a aquellos que, radicalizados y convertidos en escoria humana, utilizan a la desesperada lo que tienen contra el opresor; puede forzar la diáspora de millones de personas y obligarlas a deambular por el mundo sin patria ni pasaporte.
Para lograr este grado impunidad, Israel cuenta con varios factores a su favor:
-El apoyo incondicional de EEUU. Podría decirse que el Estado judío no es una pieza clave de la estrategia geopolítica internacional de Estados Unidos sino al revés.
-La ayuda de la comunidad judía internacional, especialmente influyente en los Estados Unidos, precisamente.
-El victimismo de que hace gala recurriendo continuamente a la trágica historia reciente del pueblo judío. Si alguien cuestiona su política corre el riesgo de ser tildado de antisemita primero, revisionista después y finalmente hasta cómplice en la distancia del Holocausto. De hecho, Occidente permanece todavía abrumado por los remordimientos y no osa cuestionar con determinación las tropelías del en su día pueblo exterminado.
-La división del mundo islámico, cuyos países están en manos de élites corruptas o bajo control de brabucones populistas (Libia o Irán).
Los fervientes turiferarios del Estado israelí siempre argumentan que es el único Estado verdaderamente democrático de la zona, rodeado por países pobres, corrompidos y autoritarios; pero eso no justifica en absoluto su actitud. Israel es un Estado democrático sólo de puertas para adentro, en su relación con los países vecinos se muestra arrogante y agresivo, cuestionando continuamente el derecho internacional y los derechos humanos. Sus defensores y el propio Israel justifican sus abusos parapetándose detrás de una palabra: SEGURIDAD. Si esa obsesión por la seguridad nacional fuera la verdadera causa de su comportamiento, no se explicaría la permanente actitud expansiva del Estado judío: lo último que haría un estado amenazado que teme por su integridad sería saturar de pequeños enclaves de colonización territorios hostiles (Cisjordania) donde se ve obligado a realizar inmensos esfuerzos militares para proteger a la población establecida en esas colonias ilegales e ilegítimas. Israel no aspira a mantener y proteger unas fronteras internacionales legales, sino a ampliar ilegalmente su territorio a la Cisjordania palestina, hostigando a su población, ahogándola económicamente mientras coloniza lentamente esas tierras. La creación del ominoso Muro de separación es una evidencia: el Muro no sigue la frontera de 1967, sino que incluye en Israel a Jerusalén este (territorio que considera sin discusión como propio) y más del 15% de Cisjordania, precisamente el área más fértil. A veces, cuesta no hacer comparaciones; también la Alemania de Hitler defendió su expansión territorial como único medio de garantizar su seguridad; esa Alemania también creó guettos y muros, y buscó construir una gran Alemania respetada y temida por sus vecinos. Hoy, los sectores integristas de Israel son, por lo menos, sinceros: la expansión judía está fundamentada en la legitimidad divina; “esas tierras son nuestras por que nos las ofreció Dios”, forman parte del gran Israel bíblico.
La creación del Estado judío fue el último abuso colonial que Occidente impuso al maltratado mundo árabe, un Occidente desorientado por el peso de la culpa que no reparó en las consecuencias de sus actos. A pesar de ello, Israel es ya una realidad incuestionable; la mayoría del mundo islámico la acepta. Es Israel el que no asume que no puede tenerlo todo, que debe ceder en parte, limitar sus pretensiones expansionistas y aceptar la creación de una estado palestino independiente y viable. Tampoco entiende que su supervivencia a largo plazo en un contexto hostil solo será posible poniendo las bases de una convivencia verdadera y asumiendo que no puede acapararlo todo. A corto plazo el poder de su ejército puede garantizar su existencia, pero solo a corto plazo.
Hoy no parece que la situación sea la más satisfactoria: la población israelí está cada vez más escorada hacia la derecha, los palestinos viven una verdadera catástrofe humanitaria que presagia una aún mayor radicalización, los integristas de Al-qaida usan sistemáticamente el problema palestino como excusa de su locura terrorista, EEUU es incapaz, gobierne quién gobierne, de moderar la actitud judía…. Un futuro amargo se cierne sobre la zona y será el maltratado pueblo palestino el que continúe sufriendo.
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